Opinión Invitada / Gilberto P. Miranda: Corrupción: politizada y normalizada

AutorOpinión Invitada

El caso Javier Duarte llena el imaginario nacional: las montañas de acusaciones, la cantada persecución, la absurda fuga, el salto de mata, la captura, la inexplicable sonrisa, el "zape", el proceso, el tranquilo exilio de su cónyuge.

La fascinación es explicable: en este país ver a un poderoso enfrentar las consecuencias de sus actos es tan extraño e inusual como atestiguar el paso del cometa Halley.

Imágenes de la supuesta generación renovadora de Gobernadores tricolores (hay una versión de "nuevo" PRI cada sexenio) inundan las redes con el recuerdo de la promesa rota, de las viejas y oscuras maneras que, a pesar de tanto tiempo y suceso, permanecen. Ahí están, joviales junto al Presidente Peña, en pleno ejercicio de su poder.

La desconfianza, que está impresa en nuestra cultura política, lleva a la opinión pública a divisar cortinas de humo, sospechar cajas chinas y artificios distractores.

Resulta imposible -cuando menos no admitir lo plausible que suena- que en un momento de rechazo histórico para un Presidente, escándalos de corrupción apilándose y con elecciones estratégicas en puerta, comiencen a darse abruptas detenciones de personajes caídos de la gracia del sistema.

Se teme que los castigos sean mínimos, o que hayan sido pactados en parcelas de impunidad. En este sentido, hay una evidente sensación de politización del combate a la corrupción y los procesos contra personajes particulares.

Viene a cuenta la frase del poeta romano Juvenal: "¿Quién vigila a los vigilantes?". Tanto a quienes ejercen el poder político como a quienes se encargan de los procesos judiciales, se corre el riesgo de la simulación o, cuando menos, del criterio arbitrario de posibles castigos.

En un momento crítico como el que vivimos, resulta por demás revelador que el nuevo Sistema Nacional Anticorrupción vea la luz con una grave falla de origen: un fiscal sin autonomía.

Es como construir un arco que jamás tendrá flechas: podrá apuntar, pero nunca dar en el blanco.

El comprensible rencor y desesperación que existen ante el alud de impunidad que ha crecido por largos años. Dificulta una reflexión central: sirve de poco concentrarse en castigar corruptos ejemplares si no se trabaja en las causas que posibilitan y normalizan la corrupción.

El verbo clave es "normalizar", pues la corrupción no surge de imprevisto, sino que se gesta lenta y constantemente a través de prácticas organizacionales.

Así lo ha estudiado el profesor David Arellano, del CIDE, que afirma...

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