Opinión Invitada / Eugenio Garza de la Puente: Niños invisibles

AutorOpinión Invitada

Jessica Ramos tiene una sobrina de apenas 2 años. Mientras otros niños de su edad descansaban en el calor de su hogar la noche de aquel jueves de febrero de la masacre en el Penal del Topo Chico, esta pequeña pasaba momentos de pánico y angustia.

La bebé se encontraba a tan sólo unos metros de donde 49 reos fueron muertos a puñetazos, cuchilladas y hasta calcinados. Ella misma corría el peligro de ser atacada y asesinada.

Así como ella, se estima que en México hay unos 380 niños que nacieron y han crecido en la cárcel, según la organización civil Reinserta y la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Ellos están expuestos a la violencia, estrés e inseguridad de los reclusorios en México.

Se cree que esta cifra es superior, ya que hay un número de prisiones autogobernadas a la cuales se le impidió a la CNDH realizar un censo de maternidad.

Son cientos de niños inocentes a quienes indirectamente encarcelamos y les negamos el acceso a un ambiente propicio para su bienestar de temprana edad, y que es crítico para su desarrollo en el largo plazo.

En otras palabras, los tratamos como prisioneros y prácticamente los condenamos a una vida de trauma, violencia, crimen y/o pobreza, al situarlos en ese ambiente desde sus primeros años.

Aunque las leyes varían de Estado a Estado, la mayoría de los niños pueden permanecer "presos" hasta los 6 años de edad, cuando tienen que ser separados de sus madres.

En esos años, los niños "viven de las migajas, cuando hay migajas", como lo describe Saskia Niño de Rivera, directora de Reinserta.

Viven en un lugar donde no hay guarderías, ni escuelas ni pediatras.

Con frecuencia ven a personas pelear, drogarse, insultarse e incluso tener relaciones sexuales. Viven aislados, sin niños de otra edad con quien socializar, y siempre apegados a sus madres que, por regla, no pueden separarse de ellos.

Algunas los sobreprotegen de ese ambiente. Otras los descuidan y los golpean, pues suelen ser causa de los castigos que se ganan por sus llantos o ruidos.

Los únicos animales que suelen conocer son los gatos que deambulan por la prisión, las cucarachas que pasean por las celdas o las chinches que viven en los colchones.

Peor aún, personas que han trabajado de cerca con reos o reclusorios confiesan que los niños se convierten en un instrumento para introducir droga o venderla en los penales.

Todo esto contribuye a que, como indica Reinserta, sea común ver a niños con poca habilidad para hablar o caminar, con carácter violento o...

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