Opinión Invitada / Eduardo Román González: Disfraz ciudadano

AutorOpinión Invitada

Hace algunos años, cuando vimos que ser una democracia era algo alcanzable, exigimos la ciudadanización de las instituciones. Ante la desconfianza hacia los políticos, la idea era que los ciudadanos no vinculados a algún partido político pudiéramos participar directamente en la toma de decisiones más allá de las elecciones.

Comenzó a utilizarse desde entonces el calificativo de "ciudadano" que, así como los trajes de los superhéroes, pretendía empoderar a ciudadanas y ciudadanos ordinarios a hacer una labor extraordinaria en beneficio de su comunidad. No necesariamente salvándonos de amenazas de otras galaxias, sino simplemente ejerciendo el servicio público como se supone debía ser. Es decir, al final, haciendo algo que no debería ser tan extraordinario.

Y funcionó. Desde entonces el calificativo de "ciudadano" comenzó a posicionarse como algo distinto y opuesto a lo "político" o "partidista". Los consejos, comités, consejeros y candidatos ciudadanos se multiplicaron como un antídoto contra la politización del ejercicio del poder. El calificativo de "ciudadano" adquirió una connotación positiva.

Sin embargo, como todo lo que brilla, atrajo no sólo a las y los bien intencionados, sino también a quienes se aprovechan de cualquier oportunidad para obtener ventaja.

Y se corrompió. Los grupos políticos iniciaron la práctica de distribuirse los asientos en los consejos y comités "ciudadanos", designando a personas más por sus afinidades y complicidades políticas que por su independencia o sus capacidades.

El traje ciudadano se convirtió en un disfraz que lejos de empoderar, demerita, degrada y lastima el calificativo de "ciudadano".

Esto ha pasado no por falta de interés o de participación de la ciudadanía, sino a pesar de ella. En el camino han quedado relegados muchísimos ciudadanos con auténtica vocación de servicio, altamente capacitados y con potencial para ser extraordinarios funcionarios públicos. Después de vivir los desgastantes procesos de simulación de designación, éstos quedan seguramente desanimados para participar en el cualquier proceso de designación futuro.

Lo vemos claramente en las autoridades electorales, supuestamente ciudadanas, donde los asientos se asignan en función de cuotas partidistas. Ello genera que los árbitros electorales lleguen, en el mejor de los casos, con las manos semi-atadas o con agendas partidistas en el peor escenario.

Lo vemos en muchos...

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