De nostalgia y resolana

AutorMaría Luisa Medellín

Cuando a Marilú le preguntan de cuáles Treviño desciende, responde orgullosa que de los únicos que hay, y se han multiplicado en este terruño agreste.

El mismo orgullo le brota al hablar de la riqueza de los antiguos cantos norestenses, bálsamos para la tristeza, heroicos o pícaros, que en su voz han trascendido fronteras.

"No estoy segura de los límites de mi tierra, ni dónde termina y dónde empiezo yo. Somos una sola expresión. Para mí, musical, por su historia, sus habitantes", lee María Luisa Treviño Martínez, y sus ojos celestes se aprecian tras los rectángulos angostos de sus lentes.

Es el fragmento de un texto, en el que plasma su sentir por rescatar del olvido, desde hace ya 30 años, las viejas voces de la canción popular de estas tierras.

En la sala de su casa, en San Pedro, donde muebles finos, plantas y pinturas armonizan con el espacio, cuenta que desde niña escuchaba las melodías que interpretaba su padre, Francisco Treviño Villarreal, junto a Manuel Neira, uno de sus parientes. Ellos a su vez las aprendieron de gente mucho mayor.

"Yo me sentaba a su lado, porque era como un duelo de recuerdos. Qué tan antiguas no serían las canciones, si mi papá nació en 1902", ríe negando con la cabeza.

Marilú nació en Monterrey. Hoy tiene 70 años que no aparenta. Es blanca, delgada, de cabello rubio, corto, con ondas ligeras.

Estuvo en el Colegio La Paz, y a los 8 años, junto con sus padres y hermanos, Irma, Francisco, Julio, Angelina y Abelardo, se mudó cerca de Huinalá, de donde eran su papá y sus abuelos paternos.

Don Francisco puso una granja avícola, pero casi al año regresaron porque Abelardo, el más pequeño, padecía de las anginas y necesitaba atención especializada.

Allá estudió Marilú el tercer grado y, divertida, comparte que montó su primera coreografía.

"Me ofrecí a poner una pieza que aprendí en el colegio: 'Somos muñequitas de un aparador. Somos muy bonitas, todas un primor...'", canta y suelta la carcajada.

Marilú recuerda que en el pueblo iba a la escuela a caballo, y sin ser lugareña se sentía como tal.

"Papá me transmitió el amor y orgullo por sus orígenes. Era sencillo, trabajador y festivo. Mi mamá, Eulogia Martínez, cuyos padres eran de Marín, tenía voz de soprano, no sé si estudió".

Ya en Monterrey, Marilú continuó la primaria. Hizo secundaria y una carrera comercial.

Trabajó en el Banco Regional del Norte y en el taller de forja de acero de su padre, pero un buen día se preguntó qué hacía ahí si lo suyo eran la danza y...

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