Una noche de muerte

AutorAlonso Vera

Las más de 7 mil islas que forman el archipiélago filipino son, además de un sorpresivo destino, las puntas de una cordillera que se arrastra bajo el mar de Japón a Indonesia, y fue aquí donde murió Fernando, uno de mis mentores.

La vida en Mactán, una de las islas filipinas, transcurre despacio. Es uno de los lugares más inexplorados del planeta.

El sonido de las flautas y tambores de la tribu cebuana se mezcla con el murmullo de las olas y el canto de los insectos tropicales componiendo una hipnótica melodía. La posibilidad de imaginar una historia nueva sobre otra ya escrita se abre...

Fernando, tan hastiado del mar como alguien pudiera llegar a estarlo, buscó el amor en brazos de alguna local.

"Soy de Sabrosa (Portugal)", se presentó ante dos mujeres. Ambas le miraron con ojos delatores de su ascendencia malaya y polinesia. A él no le importaba si su léxico era tan corto como las faldas de ellas.

Hace tiempo ya de aquella noche, y sabía que sería muy difícil encontrar algo más que su recuerdo.

Camino a las Islas Bisayas, a las que pertenece Mactán, llegué primero a Manila, donde hice escala en el barrio de Intramuros o la "ciudad de las paredes".

Su muralla de 5 kilómetros aún resguarda de piratas e invasores el Fuerte Santiago, así como la sexta encarnación de la Catedral de Manila, pero en esta ciudad no encontré nada sobre Fernando, así que comencé a fantasear acerca de su vida y su muerte hasta el atardecer.

Volcanes sumergidos en el horizonte, colores y olores que atrapan al paso, y un cúmulo de postales tropicales... Ya de noche llegué al exótico barrio de Malate.

Proeza que inspira

La idea de circunnavegar la Tierra y visitar estas latitudes antes que cualquiera, no le llegó a Fernando fortuitamente. Sucedió luego de mirar con detalle los mapas y de escuchar los relatos de Guy Faleiron ("Mapmakers", de John Noble Wilford, Vintage Books 2001).

"La idea de darle la vuelta al mundo no es cualquier cosa", imagino que les dijo a las chicas, que se mostraban tensas, como queriendo salir antes de que se pusieran feas las cosas.

"Por allí", les señaló con el dedo un extremo de la mesa de madera desgastada por la sal que entonces fungió como el estrecho entre la punta austral de América y las costas de Australia, "fue por donde supuse cruzaría el Atlántico hasta Asia, pero de haber sabido qué tan al sur se encontraba el estrecho, y qué tan ancho era realmente el océano, tal vez me hubiera quedado en casa".

Se habría salvado de esa...

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