De mucha altura

AutorAnaline Cedillo

ENVIADA

MEDELLÍN, Colombia.- Lo primero que guarda la memoria es el verde de los cerros que rodean al valle, el clima cálido y las fachadas de ladrillos terracota que se asolean al desnudo por todo Medellín.

Una vez en el centro, se experimenta el ajetreo.

Mientras se busca tomar el mejor ángulo a las esculturas regordetas que hay en la Plaza Botero, salen al encuentro vendedores ambulantes que ofrecen, entre otros recuerditos, fotos instantáneas, sombreros y ponchos "paisas". De hecho, así también se le llama a la gente y las tradiciones del departamento de Antioquia, al que pertenece Medellín.

Se antoja un poco de contraste y silencio. Entonces, basta subir al Metro -el único de Colombia-, luego abordar el Metrocable con rumbo al Parque Arví, una reserva natural situada en el corregimiento de Santa Elena.

Como tantos viajeros, hemos llegado a esta ciudad con mucha curiosidad. Su pasado violento no se olvida y el recuerdo de Pablo Escobar se manifiesta en la calcomanía de un taxi, en un óleo pintado por Fernando Botero y expuesto en el Museo de Antioquia o en los recorridos guiados en torno al narcotraficante. Pero el presente de la comunidad es otro.

"Hace 20 años éramos la ciudad más violenta. Hubo una época en que todas las familias tenían una tragedia", cuenta Marcela Villa, medellinense. Actualmente, agrega, la gente viene a conocer una urbe que se transformó. Líderes sociales, presidentes y turistas comunes quieren ver que sí se puede cambiar.

En la estación Acevedo del Metrocable abordamos una cabina de la línea K. Al día, ésta mueve alrededor de 25 mil personas del barrio de Santo Domingo, situado en la parte nororiental y antes considerado uno de los más peligrosos y menos favorecidos de Medellín.

Aunque se trata de un trayecto en...

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