MIRADOR

AutorArmando Fuentes Aguirre

Casi nunca se le ve en la calle.

De vez en cuando -dos o tres veces en el mes- va al súper en taxi, y en taxi vuelve sin tardanza con las compras que necesita hacer.

Nadie sabe cómo se llama. Las vecinas que en ocasiones la saludan le dicen Tila, pero ignoran a qué nombre corresponde ese diminutivo. Tampoco pueden calcular su edad: lo mismo puede tener 30 años que 50.

No es fea ni bonita. No es alta ni baja. No es robusta ni delgada. Es, simplemente, Tila.

Se dedica a cuidar a su padre, pues su mamá murió hace tiempo. Tila tenía novio, pero cuando el muchacho le propuso matrimonio le dijo que se irían a vivir a otra ciudad. Entonces ella lo dejó para no dejar...

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