Miguel B. Treviño / Regreso a la ciudad

AutorMiguel B. Treviño

Dice un proverbio africano que "toma una villa educar a un niño".

La interpretación más natural de esta sabiduría popular tiene que ver con la fuerza del ambiente y la compañía.

No es igual el reto de formar a un ciudadano en las cercanías del Puente Viejo de Florencia que en los yonques de Nuevo Laredo; en la ciudad verde de Vancouver que en los mazacotes de cemento sin vida vegetal que tenemos por ciudades en todo el mundo.

La villa también es compañía. Ahí donde el artista es admirado, el maestro modelo a seguir y el funcionario ejemplo de servicio público y el plomero y el afanador defienden celosamente la dignidad de su trabajo, es más fácil formar personas proclives a la convivencia y la igualdad, es decir, inclinadas a ser ciudadanos.

En los últimos años, el proverbio que viene de la sabiduría tribal ha encontrado eco en la economía, ciencia social obligada a probar todo con números.

Sucede que las ciudades que segregan por niveles socioeconómicos son menos eficientes en el abatimiento de la pobreza que las que deliberadamente facilitan vivienda accesible en todas sus zonas.

Algo similar pasa con la educación, resulta que el contexto importa.

Las evidencias indican que la escuela se convierte en palanca de ascenso social, no tanto por la infraestructura o el software para aprender matemáticas, a veces ni siquiera el maestro basta para ser factor decisivo.

Las características de los alrededores de la escuela y la diversidad de los compañeros de banca -la villa- son lo que pueden encaminar al niño a romper la inercia familiar y convertirse en adulto con buen ingreso y nivel de vida decoroso.

Este redimensionamiento de la ciudad como generadora de benefactores colectivos, pero también individuales, tiene su correspondencia en el resurgimiento del Alcalde como figura política central, la que incide directamente en la calidad de vida de la gente.

Mientras los Presidentes y Primeros Ministros lidian con lo macro y pierden el tiempo en tareas que nunca se traducen en benefactores concretos, mientras los Gobiernos intermedios (regiones, provincias, departamentos o estados) pagan nóminas y administran deudas, los Alcaldes hacen cada vez más por construir la villa de todos.

Los Alcaldes ya no sólo son quienes limpian la calle y cambian las lámparas, ahora también combaten la obesidad infantil, encaran la violencia y bajan índices de criminalidad, propician convivencia, transforman la movilidad urbana reduciendo tiempos de traslado, mejoran la...

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