México Channel / Las selvas que narra Bruno Traven

AutorHarry Möller

Nuestra frontera sur es el límite con dos países centroamericanos. Eso nos lo dijeron en la escuela. ¿Y qué más? ¿Cuántos kilómetros mide? ¿Cuántas nacionalidades la habitan a uno y otro lado?

No son fáciles las respuestas. Por ejemplo, los límites con Guatemala se definieron formalmente apenas en 1895, al cabo de 13 años de exploraciones y de gestiones jurídicas.

Se requirió tanto tiempo debido a las complicaciones topográficas de la región, y por tratarse de 871 kilómetros, ni más ni menos, de selváticas espesuras, jungla de verdad, como que está en plena zona ecuatorial húmeda.

A primera vista, la frontera con Guatemala no tiene complicaciones, dado que la constituye el río Suchiate.

Aquí, en la cercana hacienda cafetalera de Santo Domingo (tan cuidada como un monumento), uno puede cruzar el Suchiate con sólo dar 10 pasos y arremangarse el pantalón.

Así lo hacen los vecinos mexicanos y guatemaltecos en su diario va y viene de casa al trabajo y viceversa. Por supuesto, ni en uno ni en otro lado hay vigilantes.

Creemos haber conocido el paso fronterizo más fácil del país, pero hay otro, más adelante, que ofrece mayor comodidad. Poco después, el río desaparece, sustituido por un mar de montañas que tienen su mayor altura en el volcán Tacaná, cuyo cráter lo cruza la línea divisoria, a 4 mil 117 metros sobre el nivel del mar.

Es necesario insistir: los bosques y selvas son tupidos, enmarañados y densos hasta volverse impenetrables, de modo que ahí no hay frontera física visible aunque debiera haberla.

En teoría, ambos países deben mantener permanentemente despejada una trocha o franja abierta en la maleza, de 20 metros de ancho, pero eso es una mera ilusión burocrática que la selva no respeta, pues se la come tras cada buena temporada de lluvias.

Nada fácil es mantener cuadrillas de peones desmontando casi el ancho de una carretera en tal selva, por centenares de kilómetros y sin poblados donde abastecerse de agua y comida.

Variando el rumbo, ahora hacia el noreste, se va en línea recta, siempre siguiendo la ilusoria frontera, cruzando varios ríos, incluyendo el Cuilco, y otros que formarán el Grijalva; se deja atrás Amatenango de la frontera (que no está en la frontera), pero donde las mujeres alfareras producen extraordinarias piezas de mucho mérito artístico.

Y se vuelve a las oscuras espesuras de selvas como las narradas por Bruno Traven, donde el sol de mediodía sólo se ve como delgados haces de luz filtrada por las apretadas armazones...

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