Mario Anteo/ Pasión y resurrección

AutorMario Anteo

Curioso que el vocablo "pasión" signifique sufrimiento. Proviene de la voz latina "passio" y emparenta con "padecimiento", "paciente", etc. Así pues, quien se apasiona, sufre. Quizá fue el romanticismo quien redujo el concepto al campo de Eros, de suerte que en la actualidad casi sea sinónimo de deseo sexual. El hecho es que se refiere al dolor en general.

Difícil imaginar pasión más intensa que la de Jesús. No bien aparece el hijo de María en el río Jordán tras su prolongado retiro -quizá en el cercano monasterio esenio junto al Mar Muerto-, comienza su terrible drama en la tierra. ¡Qué vida tan contrastada la suya! Ya en el divino vientre debió padecer penalidades sin cuento, mientras la madre buscaba alojamiento. Tras nacer prosiguieron los sobresaltos, al ordenar Herodes la matanza de niños. Luego durante veinte años se recogió en un misterioso silencio al margen de la historia, para ya adulto reaparecer ante Juan Bautista. Enseguida, tras comprobar que era el mesías anunciado por los profetas, vivió cuarenta días en el desierto luchando contra Satán, y al cabo enfrentó su terrible "viacrucis" culminado en el Gólgota.

No necesitas ser un fervoroso cristiano para admirar el conmovedor destino de Jesús. Ello al margen de la fe y la veracidad histórica de la Biblia. El hecho es que el Nazareno marcó a la humanidad con una huella imposible de borrar. Seguramente su legado sobrevivirá a la filosofía aristotélica, el derecho romano y las pirámides egipcias. Y es que nadie ha influido tanto como Jesús en el destino humano. De hecho compararlo con cualquier otra figura histórica se antoja un extravío que linda en la blasfemia.

Tras la pasión de Jesús vino su resurrección, es decir, la gloriosa calma de su triunfo sobre romanos y fariseos. Pero al contrario del silencioso Jesús adolescente (el cual ha inspirado cantidad de tesis esotéricas), esta vez Jesús resurge liberado de su condición humana. Hay un profundo cambio de sustancia tras su dolorosa agonía en la cruz. Con su resurrección en un día domingo, el hijo de María se glorifica, y libre de la cárcel del cuerpo, asciende a la diestra de Dios Padre.

De esta manera, el sufrimiento se transforma al cabo en dicha, y se cumple felizmente la tarea de Cristo. Tan importante para la Biblia fue esta dualidad pasión-gozo, que si exceptuamos cierta escena de Pedro y la comparecencia de Jesús ante Pilatos, son la crucifixión y la resurrección los únicos pasajes bíblicos que tratan por igual los cuatro...

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