Mario Anteo/ Enero, mes de la soledad

AutorMario Anteo

Con su bruma, reacomodo de horarios y aire reflexivo, enero siempre será un mes sacudidor de almas, sobre todo de las que no han resuelto felizmente su vida afectiva y son propensas a la melancolía.

En enero, mes de la soledad, te invade una extraña tristeza azucarada, mientras piensas en el amigo que no has visto en años, evocas los sueños perdidos, añoras las golondrinas que no volverán.

Es como si el frío te aislara, te recogiera en ti mismo y te colocara frente a un espejo desolado y mudo, de modo que al fin aquilatas el valor de los amigos, la familia, tus lazos con las demás pieles humanas.

Prueba de que el hombre necesita compañía es la terrible muerte de esos gringos de Michigan y Chicago, quienes fallecen a solas en sus casas, y su aroma postmorten es el escandaloso heraldo de su deceso.

El hombre necesita siquiera un perro que le ladre, una mano que le palmee el lomo por las mañanas, una voz para dialogar, discutir, soñar, pues hasta Robinson Crusoe tuvo su Viernes y Don Quijote su Sancho Panza.

La antropología no se aviene con el lobo estepario ni con el oso que duerme su sueño solitario; la esencia humana es la del cardumen, la parvada, el panal donde la unidad hace a la fuerza.

Cierto que vivir acompañados a todas horas, sin ningún respiro ni privacidad alguna, siempre observados e interpelados, día y noche bajo el microscopio, es un infierno que atenta contra la naturaleza humana.

Por eso cuando nos "engentamos" en el supermercado, o viajamos con algún amigo que no cesa de parlotear, o nos aturde el tráfico de Gonzalitos, ansiamos regresar cuanto antes a casa, para en santa paz estar con nosotros mismos.

Claro que tiene sus ventajas la soltería, vivir en una casa sin gritos ni llantos de bebé, libres y soberanos, sin compartir la cama ni la tele, en una apacible atmósfera donde se escucha el tic-tac del reloj y hasta el aleteo de las moscas.

¿Pero cuánto tiempo gustaremos de este paraíso, antes de que nos muerda el deseo de escuchar el bullicio de los niños, la esposa cantando en la regadera, la gente que entra y sale de la cocina, la vida en sociedad?

Y es que ni la mayor ventaja de la soltería vale lo que el apapacho que recibes cuando, agripado en cama, viene tu mujer con el desayuno en una charola, y te arropa y te mima, y luego va a la farmacia a comprar tus medicinas.

Amén de que, en estos difíciles tiempos, vivir en compañía conviene a la sobrevivencia, pues entonces los gastos y el trabajo se reparten, y además siempre...

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