Mario Anteo/ Por mera curiosidad

AutorMario Anteo

Ante la propagación del virus informático "Navidad", de reciente cuño, no cabe sino decir que el hombre es curioso por naturaleza, pues no obstante el consabido riesgo de abrir en nuestra computadora archivos de dudosa procedencia, el caso es que terminamos asomándonos a éstos, y henos entonces infectados en ocasiones por la cibernética termita.

No cabe duda, la curiosidad continúa matando al gato que llevamos dentro.

Y es que cliquear con el "ratón" lo desconocido es una tentación irresistible. Como ejemplo les presento a mi hija, quien durante una sesión de "chat" infectó su computadora al abrir un misterioso archivo "exe". Enojado, le pregunté por qué cometió la barbaridad, y me respondió: "No aguanté la curiosidad".

Arma de doble filo es la curiosidad. Por un lado, gracias a ella el hombre abandonó las cavernas y coció sus alimentos. Fue quien despertó el "¡eureka!" de Arquímedes, el "sin embargo se mueve" de Galileo, el "¡tierra a la vista!" de Colón. Si Newton no hubiera sido un joven curioso, la caída de la manzana no le causaría mayor asombro. Total: la curiosidad es la gasolina del mundo.

Por el otro lado, la curiosidad es la ruina del hombre. Al menos así lo afirma el mito de Pandora, según el cual Atenea y Afrodita vistieron y ataviaron a una mujer de barro que Hefesto construyó en su taller. La llamaron Pandora y, nomás por fastidiar a los tristes mortales, la enviaron a la tierra, provista de un ánfora cargada con todos los males del mundo. Y no obstante que Prometeo le advirtió a su hermano sobre el peligro de abrir tan sospechosa caja, éste la abrió, y a la fecha padecemos las consecuencias de su curiosidad, por cierto similares a las legadas por Adán y Eva.

Puestos a contar mitos, comparemos la mujer de Lot y Orfeo. A ambos los dioses prometieron privilegiar, con tal de que refrenaran su curiosidad. Es decir, la mujer de Lot escapará a la destrucción de Sodoma, y Orfeo traerá de ultratumba a su amada, sólo si no miran atrás mientras ella huye de Sodoma y él regresa del Averno. No obstante que la condición es tan simple, no logran cumplirla. La mujer de Lot sucumbe a la tentación de ver el incendio de Sodoma y deviene en el acto una estatua de sal, mientras Orfeo, por mirar tras de sí en busca de su amada, verá a ésta esfumarse al instante.

La ambigüedad de la curiosidad se advierte nítida en la obsesión de Fausto por el amor y el conocimiento. Tal personaje padece una curiosidad irrefrenable; necesita develar los misterios...

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