Mario Anteo / El semáforo

AutorMario Anteo

La otra vez "La Chilindrina" dijo que la metáfora y el semáforo eran esposos. Si es así, conforman el tradicional matrimonio donde la novia acicala el hogar, mientras el hombre sale a la calle en busca del sustento.

La señora Metáfora y el señor Semáforo se complementan como el tornillo y la tuerca: mientras ella pasea a sus hijos por las nubes, él los aterriza en la jungla de asfalto. He aquí los esponsales del idealista Platón y el materialista Aristóteles.

Del esposo diremos además que fue creado por Alfred Benesh en 1918 y estrenado en una calle de Cleveland, cuando sólo constaba de la señal roja.

No fue sino hasta años después que el Departamento de Tránsito de Nueva York le añadiría los discos amarillo y verde.

No hay duda de que el semáforo forma parte de nuestra cultura. En su artículo "La poética del semáforo", dice Fernando Buen Abad: "Los semáforos poseen una fuerza compleja y atemorizante, guardan en su ser y modo de ser la sustancias arquetípicas más profundas y los arcanos mayores de la sobrevivencia urbana. Son como dioses cuya voz obedecemos mansamente y cuya luz nos guía diariamente para que a salvo, con nuestros sueños y futuro, bien puestos sobre la fe cotidiana, crucemos los caminos".

Por desgracia, siempre habrá transgresores adictos a la adrenalina, rebeldes que por inercia se resisten a obedecer las reglas de la vialidad.

Hablo de los conductores suicidas, muchos de ellos jóvenes, que gustan de violar las normas, sustraerse a los reglamentos, por mero deportivo gusto.

Recuerdo a cierto joven que, allá por los 70, ponía a prueba su desencaminado concepto de hombría, cruzando de noche en su auto la calle Villagrán a cien por hora, indiferente a los semáforos. Quizá logró su cometido: morir. Si así fue, ojalá haya partido a solas, sin arrastrar víctimas inocentes.

Abad lo explica así: "Existe un morbo suicida que, seducido por tentaciones transgresoras, momentáneamente desatiende los mandatos semaforiles. El catálogo de los resultados acarreados por semejantes tentaciones podría llegar a ser macabro. Y es que lo que tiene de autoridad y de autoritario un semáforo como representante de poderes inconmovibles, suscita agresiones que ninguna sociología ha terminado por explicar".

Obvio que la mayoría de las transgresiones "semaforiles" son involuntarias. A diario nuestra ciudad presencia accidentes de este tipo. Si los semáforos hablaran, contarían las más increíbles y espantosas historias, pues a sus pies a menudo se...

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