Margarita Ríos-Farjat / 'Sólo buscamos una vida'

AutorMargarita Ríos-Farjat

Mi entrañable Andrés Huerta (mi amigo mayor, poeta mayor) solía contarme sus anécdotas con otro grande, el poeta español Pedro Garfias.

Nacido en Salamanca, Garfias murió en Monterrey en 1967, a los 66 años. Como el mar que arroja a sus playas maravillas luego de tormentas, así nos lo trajo la Guerra Civil española.

Garfias nunca olvidó su patria. Se le clavó en la punta de sus versos: "España que perdimos, no nos pierdas/ guárdanos en tu frente derrumbada/ conserva a tu costado el hueco vivo/ de nuestra ausencia amarga...". La tragedia personal del inmigrante.

El mar tiene su manera de hacernos sentir propio el espanto ajeno, y en las playas de septiembre nos dejó el cuerpo del niño Aylan Kurdi, como una ostra que nos entrega su perla antes de tiempo. Otra tragedia del que emigra.

La migración tiene muchos rostros, también el del "enemigo". Artur Alfons, otro amigo mayor, llegó a Veracruz después de la Segunda Guerra Mundial sin más patrimonio que la camisa.

Luego de que el avión que piloteaba cayó en Rusia, recorrió Europa casi ciego hasta embarcarse. En México se hizo abogado y litigaba ante la Suprema Corte.

Si hay un gen universal es el de buscar que la vida nos cumpla la promesa de felicidad que nos hace al nacer. Por eso el libre tránsito es un derecho humano: tenemos derecho a desplazarnos para encontrarla.

Hace unos días EL NORTE reprodujo unas palabras de Mohamed Jeo, un joven próximo a emigrar desde Esmirna, Turquía: "No somos indigentes. No somos como nos estás viendo... sólo buscamos una vida".

En los albores del siglo 20 llegó a Mérida mi bisabuelo Salomón con sus hermanos. Familias completas dejaban un Líbano asolado por el Imperio Otomano, y cada vida escribió una novela.

Una vez en Yucatán, se enamoró de una francesa, hija de un visionario que creyó en la industria henequenera. Extranjeros en el fin del mundo y en épocas convulsas, decidieron no moverse ni por la herencia de tierras y caballerizas a la orilla del Río Sena. Entre la Revolución y la Primera Guerra Mundial, México era su patria y eso bastaba.

Salomón no fue de los primeros en llegar, pues se sabe de libaneses en Veracruz desde 1880. La antropóloga Teté Cuevas ("Del Líbano, lo que Debemos Recordar") refiere que los primeros censos (hasta 1946-1948) indicaban una inmigración de 16 mil 403 libaneses, seguidos de mil 775 palestinos y mil 643 sirios.

Para 2004 se mencionan 283 mil libaneses en México, muy pocos comparados con más de 6 millones en Brasil y casi 3...

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