Margarita Ríos-Farjat / El mundo en primavera

AutorMargarita Ríos-Farjat

Vaya semana para la historia de Occidente. El mismo día en que un Presidente estadounidense visita la isla de Cuba y rompe así décadas de distanciamiento y frialdad, un puñado de intolerantes siembra desasosiego en Bruselas, el corazón político de Europa y sus instituciones.

Hace medio siglo, el mundo entero pendía de un hilo que Cuba sostenía. En esa misma época, Europa, aturdida, seguía sacudiéndose las astillas fratricidas de dos guerras mundiales. La experiencia acumulada de esas catástrofes cristalizó en la construcción política de un mundo armonioso, con sus inevitables defectos, claro, pero al fin sin sangre.

En ese sentido, Europa significa la esperanza de vivir en sociedad a pesar de nuestras diferencias, de nuestros pasados terribles y pecados imperdonables.

Esta semana la tolerancia como valor social mostró sus contrastes: era la nota ausente en la historia entre Cuba y Estados Unidos, y hace unos días apareció; era la constante en la idea de Europa, y esta semana fue como una vela que de pronto se apagó.

Curioso que sea la misma semana que en México recordamos a Benito Juárez y su famosa pero no siempre asimilada máxima de "el respeto al derecho ajeno es la paz". Esta semana, el mundo dibujó de qué se trata.

Simultáneamente, un discurso que incita a la intolerancia -el de Donald Trump- es aplaudido y admirado por cientos de miles de personas que viven a nuestro lado.

Trump, y los intolerantes en general, me hacen recordar esos memorables versos de Octavio Paz: "La rabia /se volvió filósofa, /su baba ha cubierto al planeta. /La razón descendió a la tierra, /tomó la forma de patíbulo /-y la adoran millones".

Es brillante la sutileza de Paz: la razón convertida en un patíbulo, es decir, la razón intolerante. Toda intolerancia se escuda en "razones" (las nuestras, por supuesto).

Ese desbalance de la tolerancia como valor social es la causa de nuestros desbarajustes.

En México, por ejemplo, somos tolerantes con la mediocridad, la corrupción y la impunidad, e intolerantes con la vida privada de los demás. Justo al revés de como debería ser.

La intolerancia empieza precisamente donde parece inofensiva: en la incapacidad de entender que el otro tiene derecho a su forma de ver el mundo y buscar las experiencias que le provoquen felicidad.

Somos más rápidos para juzgar al vecino por su vida privada o sus secretos goces, que a un político corrupto con todas las pruebas en la mano y exhibidas a ocho columnas.

Queremos imponer nuestra moral...

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