Margarita Ríos-Farjat / Meter en cintura a NL

AutorMargarita Ríos-Farjat

El Gobierno del Estado anunció antier una fuerte reestructura administrativa como parte de su plan de austeridad, llamado Programa de Ordenamiento y Fortalecimiento de las Finanzas Públicas (POFIF).

El ajuste administrativo es muy ambicioso: fusionar 17 dependencias en 6 sectores, despedir a 300 empleados y cancelar rentas de espacios físicos, bajo la expectativa de lograr un "ahorro anualizado de 2 mil 043 millones de pesos".

De antemano me conduelo por los empleados a quienes quizá tome por sorpresa su despido. El trabajo es uno de los bienes más preciados en cualquier sociedad, y los recortes duelen porque se prescinde de empleados por razones que no necesariamente tienen que ver con su capacidad o méritos.

Por eso cualquier recorte laboral tiene un tufillo de injusticia. También por eso es una maniobra arriesgada y con gran costo político a pesar de que resulte sana para un Gobierno en apuros. Implica aceptar de antemano el abucheo. Pero, ¿asumir riesgos sanos aunque impopulares es siempre reflejo de mayor responsabilidad política y social?

En términos generales, sí. Sin embargo, como en todo, hay excepciones. ¿Fue una negligencia lo que causó el problema que ahora provoca recortes? ¿O es un problema heredado?

Un Gobierno que se convierte en la gran bolsa de trabajo de una sociedad es más peligroso que cualquier burbuja financiera. Una Administración que se ensancha notablemente no es buena aunque nos esté ofreciendo el puesto. Antes de aceptarlo hay que analizar si las condiciones demandan ese crecimiento, de lo contrario, se es carne de cañón de políticas populistas y al rato vendrá el inevitable recorte.

Y, claro, quien corta por lo sano tal exceso parece el villano de la película. ¿Lo es? Generalmente no. Pero, ojo, tampoco es el mártir.

Trabajar en un Gobierno es un honor, pero para muchos es un botín, un mero trampolín o un último recurso. Raras aunque afortunadas veces se ve ese espíritu weberiano del burócrata entregado, crítico, servicial y humilde.

Esta última palabra es importante. Quien trabaja para el Gobierno trabaja para los demás y con el dinero de los demás. Debe ser capaz no sólo de soportar críticas, sino de meditarlas, por más injustas o incoherentes que parezcan.

De ahí que un Gobierno que tiene el valor de tomar las medidas consideradas adecuadas por los expertos en finanzas públicas no está por ello legitimado para discursos triunfalistas y...

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