A mares llueve sobre el mar

AutorLaura Emilia Pacheco

Llegué aquí, como ocurre con todos nosotros, por una serie de coincidencias, realidades, eventos, circunstancias y azares que podrían rastrearse hasta el principio de los tiempos. Todos tenemos nuestra propia historia, distinta a la de los demás, porque cada uno de nosotros es irrepetible.

Puede decirse que la mía comienza cuando, muy pequeño, conocí a José Emilio. A primera vista no pensé que podría llevarme bien con él. Me pareció algo tímido, distraído. Siempre inmerso en la lectura de un libro, sentado ante la máquina de escribir -y después, frente a la computadora- terminando un artículo; apoyado sobre su codo izquierdo, con manchones de tinta en algunos de los dedos de la mano derecha. Siempre usa pluma fuente para escribir sus poemas. Solo lo hace de noche para no molestar a los vecinos con el ruido de las teclas de la máquina de escribir y, aun cuando desde hace mucho usa computadora -que casi no hace ruido-, se le quedó la costumbre de escribir su poesía mientras el mundo duerme, no suena el teléfono y nadie llama a la puerta. No sé ustedes, pero a mí me cuesta mucho trabajo concentrarme y lo peor que me puede suceder cuando estoy ocupado es, justamente, pararme a abrir la puerta. Grrrrrr.

José Emilio vive inmerso en la escritura. Le encanta la música y leer poesía, historia o sobre nuestro destino como personas y como habitantes de este planeta. Piensa, todo el tiempo piensa. Quizá por eso en un principio imaginé que era distante, frío. Pero no hay que juzgar a las personas sin conocerlas. Muy pronto comprendí que la realidad era otra. Casi de inmediato me percaté de nuestras similitudes: nos sentimos fascinados por la Luna, nos gusta el silencio, nos invade una perpetua curiosidad por todas las cosas (lo cual tiene un lado bueno y otro no tan bueno), estamos alertas a cuanto ocurre a nuestro alrededor y, sin embargo, a la vez habitamos nuestro mundo propio.

La luna rota

Nevó toda la noche de plenilunio

y al despertar

Y ver el bosque hundido

en la nieve

Parece irreal

Que ya amanezca y aún siga

intacta la Luna

Si ha caído en pedazos

para llenar de blanco este día.

Debo ser sincero. Cuando llegué, su expresión no era nada amigable. "¡No! ¡Un gato! No quiero ni verlo", dijo, llevándose la mano a la frente, sin saber que yo lo escuchaba desde el interior de mi taxi para mascotas. José Emilio había sufrido mucho por la muerte de su adorada Emma, una gatita que vivió 15 años (eso, en tiempo-gato, ¡es como tener cien años humanos!). Lo...

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