A la luz del sol

AutorIvett Rangel

Foto: Ivett Rangel

ENVIADA

PRAGA, República Checa. Justo al amanecer. Así me responden quienes conocen de cabo a rabo esta ciudad cuando pregunto a qué hora puedo cruzar el Puente de Carlos con calma y en soledad.

Busco un recuerdo tranquilo y silencioso de este sitio de piedra por el que a diario caminan, hacinados, miles de turistas. Que Praga sea sólo mía, aunque sea por un momento.

En 2015, la capital checa recibió 8 millones 686 mil 726 visitantes (de esos, 39 mil 398 mexicanos), la mejor cifra en su historia, de acuerdo con el organismo Czech Tourism. Y su popularidad crece en verano, cuando los días son más largos y cálidos.

El despertador suena a las cuatro de la mañana y lo atiendo sin quejarme, aún beneficiada por el cambio de horario; hay tiempo para beber un café, comer un bocadillo y, luego, andar hasta el monumento más célebre de Praga a esperar la salida del sol.

El puente se llama así en honor a Carlos IV, Rey de Bohemia y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, a quien esta ciudad le debe hoy su fina estampa de calles empedradas que se retuercen y de magnas construcciones coronadas por torres. El próximo 14 de mayo se conmemora el 700 aniversario de su natalicio y habrá celebraciones a lo largo del año.

Al llegar, me doy cuenta de mi mala fortuna: otros han tenido la misma idea. Un grupo de japoneses sexagenarios, armados con cámaras profesionales, lentes y tripiés, están más que listos para capturar la vida en el puente más viejo de la ciudad.

Más adelante, tres jóvenes conversan amenamente sobre una manta mientras beben café de sus termos y sacan galletas de una caja. ¡Qué buen lugar eligieron para su picnic!

La oscuridad comienza a transformarse en un lienzo grisáceo con tintes azules, rosados y anaranjados; los noctámbulos se mezclan con quienes madrugan para hacer ejercicio. Unos se distinguen de los otros por el semblante y sus atuendos: ojeras marcadas, cabello revuelto y camisas de fuera en contraste con rostros frescos, bien peinados y coloridas licras o tenis.

Al parecer, todos quieren pasar por aquí, adaptando su camino de regreso al hotel o su cotidiano itinerario para correr o rodar.

El Puente de Carlos tiene imán, no hay duda. A esta hora puedo admirar a detalle las 30 estatuas que lo flanquean y no tengo que hacer fila para acariciar el ya lustroso relieve a los pies de San Juan Nepomuceno. Se dice que aquél que lo toca, volverá a Praga. Ojalá.

El sol sigue subiendo, proyectando dramáticas sombras sobre...

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