Luis Rubio / Un nuevo mundo

AutorLuis Rubio

Se impone la nostalgia. Termina el Gobierno de Enrique Peña Nieto y está por comenzar otro del cual seguramente será más difícil encontrar razones para reír. En esto, hay un gran paralelo entre Peña y Richard Nixon.

Nixon era un personaje extraño, desconfiado, taciturno y maquiavélico. Mente brillante, podía imaginar una estrategia para la paz del mundo (Nixon va a China), igual que crear el desastre de Watergate.

Art Buchwald, por décadas el decano de los comediantes por escrito, explotó a Nixon sin límite. Cuando éste renunció, Buchwald lo lamentó más que nadie: "Si la verdad fuese dicha", escribió en una columna posterior, "yo necesitaba mucho más a Nixon de lo que Nixon me necesitaba a mí".

Algo así pasa con Enrique Peña Nieto. Desde luego, el Presidente saliente en nada se parece a Nixon entemperamentoo características, pero, como el estadounidense, el final de su sexenio marca un punto y final para toda una era de México. Pase lo que pase con Andrés Manuel López Obrador, el País nunca más será el mismo.

Peña Nieto prometió restaurar el orden y retornar a México a la senda del crecimiento económico. Su oferta consistió en volver a lo que, en su visión, había funcionado en el pasado.

Seis años después, deja un país con algunos nuevos -y nada despreciables- instrumentos, como la reforma energética que, de continuarse, permitiría transformar a vastas regiones en el futuro. También nos deja a los mexicanos en manos de Andrés Manuel López Obrador. Dos caras de una misma moneda: los logros y las consecuencias.

La paradoja del momento no es pequeña: en su visión histórica, ambos personajes, el Presidente entrante y el saliente, habitan un mundo similar. Ambos son políticos anclados en el México de los 60 y guardan una enorme nostalgia por el País que, en su mente, funcionaba bien. Ambos creen que la forma de salir de los problemas que hoy existen (y que definen casi exactamente de la misma manera: seguridad, crecimiento y orden) radica en la reconstrucción del viejo Estado rector.

Donde se diferencian, como ocurría en el mundo priista de entonces, es en su filosofía política. Peña no avanzó su proyecto reconstructivo más allá de la caricatura de Presidencia imperial, en gran medida porque es imposible, pero también porque contradecía de manera flagrante sus propias reformas. Una cosa derrotaba a la otra.

López Obrador tiene la misma nostalgia por el Estado rector de antaño, pero la ha venido construyendo con poder y no con artificios lujosos...

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