Luis Rubio / Ya son Gobierno

AutorLuis Rubio

Todos los gobiernos culpan a sus predecesores de los males que encuentran o con los que no pueden lidiar. En esto no hay novedad alguna: el problema no es mío, sino de mi predecesor.

En lo que AMLO es excepcional es en culpar no a un Gobierno, sino a toda una generación, tres décadas de gobernantes y funcionarios, de todo lo que no le gusta. Su problema hoy es que, luego de una prolongada campaña por derruir lo existente, ahora él es quien está a cargo y, por más que culpe a otros, suya es la responsabilidad.

A los candidatos se les mide por sus promesas e intenciones; los gobernantes son responsables por los resultados. AMLO prometió cambiar la realidad y ahora se encuentra ante el dilema que inevitablemente presentan los asuntos cotidianos: desde la inseguridad hasta el crecimiento económico.

Su victoria electoral se debió a que enfocó su campaña hacia las cosas que molestaban al electorado como la corrupción, la incompetencia, la violencia y el desigual desempeño económico, asuntos todos ellos que atosigaron a sus predecesores y que, evidentemente, no resolvieron. Ahora AMLO, que ya es Gobierno, no tiene excusa: el balón está en su cancha.

Por naturaleza, los candidatos prometen el cielo y las estrellas: unos lo hacen con retórica estridente, otros con promesas irreductibles; algunos más atacan a sus predecesores haciéndole creer al electorado que todo es materia de voluntad y convicción.

Pero, al final del día, todos acaban enfrentando el mismo desafío: en la era digital, ningún Gobierno controla todas las variables y procesos que afectan al desempeño de la economía porque el mundo está interconectado, la tecnología avanza a la velocidad del sonido y le da acceso a toda la población a fuentes de información que rebasan la capacidad del gobernante de controlarla.

Peor, por más que un gobernante amase fuentes de control, centralice el poder y se imponga sobre los diversos intereses y factores de poder de su sociedad, nada le garantiza resultados económicos favorables que son, a final de cuentas, la medida más inmediata de éxito o fracaso para la ciudadanía.

El dilema es real y no se limita a México: cómo compatibilizar el legítimo reclamo de la población de ver resueltos los problemas que la aquejan y que fueron las razones por las que votaron por un determinado candidato frente a un mundo globalizado, integrado e interdependiente en el que las decisiones no responden a la lógica de la política interna.

Esto último resulta del hecho de...

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