Luis Rubio / Construir el futuro

AutorLuis Rubio

El futuro se construye, sea esto de manera consciente o no. El Presidente, a fuer de sus acciones, decisiones y retórica, le va dando forma, quiéralo o no.

A casi un año y medio de iniciada la administración de López Obrador, hay dos cosas muy definidas: primero, que su objetivo es cambiar el futuro que venía construyéndose a lo largo de las cuatro o cinco décadas previas. Y, segundo, que tiene una serie de ideas muy claras y muy fijas respecto al futuro que pretende construir y que son incompatibles con el siglo 21. Y ahí reside el problema.

La visión del Presidente surge de una era muy distinta a la actual. El País comenzó a cambiar -eso que él demoniza como "neoliberalismo"- porque la estrategia de desarrollo a partir de la sustitución de importaciones en una economía cerrada y protegida había dado de sí.

En estas décadas el mundo cambió debido a las comunicaciones, la ubicuidad de la información y, sobre todo, las realidades que esos elementos crearon a nivel global: la internacionalización de la producción, las amenazas derivadas del ambiente y de potenciales pandemias; las reglas impuestas por los importadores; la explotación de la información -big data- por parte de los monstruos tecnológicos, y la magnificación de las expectativas de una población cada vez más conocedora del mundo.

Reconstruir un pasado idílico en este contexto es simplemente imposible.

A pesar de la obviedad de nuestra circunstancia como país inserto en el contexto global, la tradición mexicana de reinventar al Gobierno cada seis años sigue tan vigente como siempre.

En lo que se distingue el Gobierno actual es en la enormidad de su ambición: no sólo quiere reinventar al Gobierno, sino que quiere recrear al País. Los pasos que ha venido dando en esa dirección son reveladores: ha ido haciendo polvo de todas las estructuras y organismos institucionales que se construyeron para conferirle certidumbre a la población en sus diversos aspectos.

El resultado de su actuar es doble: por un lado, ha concentrado cada vez más poder; por el otro, ha creado un elevadísimo grado de incertidumbre.

La brecha entre la popularidad del Presidente como persona y la de su Gobierno -de alrededor de 40 por ciento- ilustra el fenómeno: la ciudadanía confía en el Presidente, pero no comulga con el actuar de su Gobierno ni con sus políticas.

La pregunta obvia es: ¿en qué momento aparece la gota que derrama el vaso y derriba la popularidad presidencial?

De hecho, la facilidad con que desmanteló...

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