Luis Rubio / Así comienza el caos

AutorLuis Rubio

¿En qué momento se jodió México? Así comienza "Conversación en la Catedral", la novela de Vargas Llosa, preguntándose por el momento en que empezó el declive de su país, el Perú.

Ahora parece que el Gobierno está empeñado en que los mexicanos sepamos que ese proceso comenzó al inicio del 2018, promovido conscientemente desde su seno. La pregunta es: ¿en aras de qué, a qué costo?

En un país normal, el Gobierno representa, y debe su función, al conjunto de la ciudadanía, no sólo a los de su preferencia o que votaron por él. Su obligación es desempeñar sus actividades dentro del marco de la ley, sin abusar de sus facultades ni emplear las instituciones del Estado para fines particulares.

Sin embargo, a lo largo de más de cinco años, el Gobierno del Presidente Peña ha evadido sus responsabilidades en múltiples ocasiones: el desprestigio e impopularidad de que goza no es producto de la casualidad.

A pesar de ello, actúa como si estuviera en pleno control, como si las instituciones del Estado funcionaran de manera imparcial y profesional y como si su prestigio estuviese en su zenit.

Vaya, un Gobierno que ya ni siquiera pretende tener el monopolio de la fuerza -lo que define al Estado- se ha arrogado la misión de perseguir a un candidato a la Presidencia como si fuese un asunto de seguridad nacional, como si se tratase de una plaga pública y no de un contendiente que, con todos sus atributos y defectos, tiene el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a competir por la Presidencia.

Cuando se abandona hasta la pretensión de civilidad, lo único que queda es el caos o, como escribiera Diderot, "del fanatismo a la barbarie sólo media un paso". Y el Gobierno parece decidido a dar ese paso, sin reparar en las consecuencias de su actuar, es decir, de manera absolutamente irresponsable.

Así es como comienza el principio del fin. Lo extraño, aunque no tanto, es que sea el propio Gobierno -el supuesto garante de la paz- quien se empeña en empujar los límites de la civilidad en un país que ya de por sí vive no sólo una polarización extrema, sino una ausencia total de legitimidad en las instituciones gubernamentales.

Parece claro que la estrategia radica en crear una sensación de miedo a cualquier cambio como vía para preservar lo existente. Como estrategia electoral, la promoción de una determinada emoción constituye un mecanismo perfectamente legítimo y todos los partidos y candidatos en el mundo lo hacen de manera consciente y sistemática.

El asunto...

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