Luis Rubio / Otro ángulo

AutorLuis Rubio

Quizá el peor terremoto que haya desatado Trump para México no resida en sus ataques e insultos, sino en haber reabierto el dilema -ya histórico- sobre el desarrollo mexicano.

Por segunda vez en cuatro décadas, la dirección de la economía mexicana -y del País en su conjunto- parece estar en disputa. Lo extraño es que, en esta ocasión, el embate no proviene, principalmente, de México, sino del "ancla" de certidumbre en que, desde los ochenta, se había convertido Estados Unidos.

El TLC fue la culminación de un proceso de cambio que comenzó en un debate dentro del Gobierno en la segunda mitad de los sesenta y que, en los setenta, llevó al País al borde de la quiebra.

La disyuntiva era si abrir la economía o mantenerla protegida, acercarnos a Estados Unidos o mantenernos distantes, privilegiar al consumidor o al productor, más Gobierno o menos Gobierno en la toma de decisiones individuales y empresariales.

Es decir: se debatía y disputaba la forma en que los mexicanos habríamos de conducirnos para lograr el desarrollo. En los setenta, la decisión fue más Gobierno, más gasto y más cerrazón, y el resultado fueron las crisis financieras de 1976 y 1982. Se estiró la liga al máximo, hasta que la realidad nos alcanzó.

A mediados de los ochenta, en un entorno de casi hiperinflación, se decidió estabilizar la economía y comenzar un sinuoso proceso de liberalización económica: se privatizaron cientos de empresas, se racionalizó el gasto público, se renegoció la deuda externa y se liberalizaron las importaciones. El cambio de señales fue radical y, sin embargo, el ansiado crecimiento de la inversión privada no se materializó.

El TLC acabó siendo el instrumento que desató la inversión. Aunque hay muchas críticas, algunas absolutamente legítimas, a las insuficiencias de esta estrategia, el País se convirtió en una potencia exportadora que ya no enfrenta restricciones en la balanza de pagos como las que, por décadas, fueron fuente de crisis. Pero el TLC fue mucho más que un acuerdo comercial y de inversión: fue una ventana de esperanza y oportunidad.

Para el mexicano común y corriente, el TLC se convirtió en la posibilidad de construir un país moderno, una sociedad fundamentada en el Estado de derecho y, sobre todo, en un boleto a la posibilidad del desarrollo. Quizá esto explique la extraña combinación de percepciones respecto a Trump: desprecio a la persona, pero no un antiamericanismo ramplón; y, por otro lado, una terrible desazón: como si el...

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