Luis Rubio / Academia y política

AutorLuis Rubio

Para Maquiavelo, los operadores políticos exitosos son quienes dan la apariencia de inocencia y nutren una reputación de benevolencia, independientemente de lo que, por debajo del agua, estén tramando. En contraste, quienes se asumen como maquiavélicos y tratan de desarrollar una reputación como tales -los grillos y otros políticos pretenciosos- no lo son.

Esta reflexión sobre las virtudes del poder y su administración me vino a la mente al leer un libro excepcionalmente interesante, tanto por la honestidad del autor como por sus implicaciones.

Michael Ignatieff, canadiense de nacionalidad, era un exitoso profesor de Política en Harvard cuando fue invitado a incorporarse a la política de su país con miras a liderar un partido.

El libro, "Fuego y Cenizas", es un agudo recuento de su (patético) proceso de decisiones, la elección que lo llevó a perder el poder, el partido y hasta su propio escaño parlamentario.

En realidad se trata del contraste que existe entre la academia y la vida pública, dos mundos que evidentemente interactúan, pero que no son lo mismo y que, con contadas excepciones, se caracterizan por habilidades que no son trasladables entre sí.

En su libro "Los Presidentes", Julio Scherer cita a Octavio Paz afirmando que "los intelectuales en el poder dejan de ser intelectuales aunque sigan siendo cultos e inteligentes... porque es muy distinto pensar que mandar...". Ignatieff explica el otro lado de la moneda: los dilemas, carencias e incompetencia de un académico serio y exitoso en su tránsito por las esferas del poder.

El libro de Ignatieff me llevó a tres reflexiones. Primero sobre algo que Michael Barone, analista político estadounidense, ha descrito desde hace mucho sobre su país: las ideas que provienen de la academia no siempre son aplicables al mundo de la política, por más que los modelos matemáticos y conceptuales de que emanen parezcan impecables.

Mientras que el estudioso vive comprometido con su propio aprendizaje y análisis -y cambia de opinión en la medida en que sus observaciones así lo exijan-, el político vive en la trinchera tratando de avanzar proyectos, objetivos e incluso ideas, cuando su instinto le indica que el tiempo ha llegado.

La intersección es obvia, pero las diferencias también lo son: el político sabe que no puede controlar todas las variables y que el tiempo -el "timing"- es clave. Para el académico es fácil aislar las variables y suponer que el mundo se comportará de la manera...

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