Luis Rubio / A soñar

AutorLuis Rubio

Una de las cosas que más me impresionan de los procesos legislativos y políticos de todas las sociedades es el inevitable contraste entre resolver problemas o encontrar soluciones y los programas o leyes concretos e instrumentables que resultan del tortuoso proceso de negociación.

Típicamente, la propuesta inicial (una iniciativa de ley o un proyecto de política pública) tiende a ser coherente y encaminada al objetivo preciso que se persigue, pero luego de pasar por el proceso de negociación acaba siendo menos coherente y, en muchas ocasiones, no conducente al objetivo propuesto. En algunos casos, anticipando críticas, los autores de un proyecto producen desde el principio una propuesta tortuosa y complicada. Tal vez no haya alternativa, pero no dejo de preguntarme de qué sirven soluciones que no resuelven el problema.

Ejemplos no faltan: ahí está la reforma energética tan felicitada que no tiene ni la menor posibilidad de mejorar el rendimiento o la productividad del monstruo petrolero. También está el proyecto de una nueva refinería sin que sea obvio que habrá petróleo para refinar o que sea rentable hacerlo.

Lo mismo se puede decir del paquete de iniciativas de reforma política del Senado, comenzando por la de reducir el número de diputados por representación proporcional. En un sistema de representación popular, lo que debería existir es una cercanía entre el representante y los representados.

Las propuestas de reforma que se comienzan a discutir en el Senado incluyen la posibilidad de reelección, lo cual abonaría hacia ese propósito. Sin embargo, al preservar la representación proporcional, lo que se avanza con una mano se limita con la otra, aunque disminuyan los números.

El híbrido que nos caracteriza (a la sazón 300 diputados por representación directa y 200 por proporcionalidad) impide la rendición de cuentas y marca una distancia entre la ciudadanía y los representantes populares. A menos que ése sea el objetivo ulterior, sería mejor ir a un sistema de representación directa pura con una redistritación para que todos los partidos tengan una posibilidad razonable de lograr presencia en el legislativo o, menos bueno, ir a un sistema de plena proporcionalidad. Si en realidad se pretende una solución, mejor hacerlo bien desde el principio.

Quizá lo fundamental es que no hay un reconocimiento cabal de que, a raíz de la derrota del PRI en 2000, el País experimentó un cambio radical en la realidad del poder político, pero no se ha...

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