Lucrecia Lozano / Hijo de una época

AutorLucrecia Lozano

Donald Trump es hijo de esta época terrible que nos toca vivir.

Resulta imposible pensar que el empresario arrogante y abusivo hubiera podido erigirse en candidato a la Presidencia de los Estados Unidos en 1989, cuando concluyó la Guerra Fría y su país se vanagloriaba de haber ganado la competencia estratégica a sus enemigos históricos: el comunismo y la Unión Soviética.

En ese momento, Estados Unidos era un poder económico y militar global con el que ningún Estado podía equipararse. Bajo su hegemonía y por un corto tiempo, el poder mundial fue asombrosamente unipolar.

La Unión Europea no existía aún, el ex imperio soviético había desaparecido, pocos pensaban que China se convertiría en una potencia económica y comercial y el mundo guardaba un desmesurado optimismo sobre las posibilidades que ofrecían la pujante globalización económica y el triunfo del liberalismo en el mercado y la política.

Pero la historia no marcha de forma lineal y hay circunstancias, como el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001, y eventos, como la crisis financiera del 2008, que pueden marcar un punto de inflexión.

Tras el 11 de septiembre, Estados Unidos se convirtió en una nación humillada y temerosa. Ni la estrategia de la Guerra contra el terror que llevó a invadir Afganistán y derrocar al régimen de Saddam Hussein en Iraq, abriendo la espiral de violencia y destrucción que conmociona a Medio Oriente y Asia Menor, mitigó en la población estadounidense la percepción de que algo había cambiado irreversiblemente.

A ello hay que sumar la consecuencias de la crisis del 2008 en los bolsillos de los estadounidenses.

De la noche a la mañana, tras el espejismo del crecimiento y el consumo sin fin, los créditos baratos y las tasas de interés bajísimas, grandes sectores de la población se despertaron sumidos en la pobreza, viendo con impotencia cómo el bienestar que la globalización había generado les era arrancado por la misma globalización.

La semilla de la indignación y el descontento social estaba sembrada. Faltaba perfilar a los culpables y encumbrar a un líder que apuntara con el dedo acusatorio.

Es cuando se consolida la transformación de...

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