Lorenzo Meyer/ Dependiente, pero no satélite

AutorLorenzo Meyer

El tema de fondo

A estas alturas es obvio que, para México como para muchos otros países, el tema de cómo obligar al régimen iraquí a cumplir con el desarme ordenado por las Naciones Unidas -invadiendo el País de inmediato o asfixiándolo poco a poco con una presión internacional creciente-, no tiene ya que ver con Iraq mismo -un país marginal y ya derrotado- y sí con Estados Unidos: con el papel que ese país se propone desempeñar en un sistema mundial donde ya no existe ninguna otra fuerza que pueda neutralizar sus decisiones y acciones.

El estilo de política exterior de la actual administración estadounidense es todo un lujo que sólo los que se saben extremadamente fuertes pueden darse; se trata de uno imperial y casi maniqueo: quien no está con nosotros no necesariamente está en contra, pero automáticamente se transforma en irrelevante para "la única nación indispensable". Y es ahí donde está el dilema -el ser o no ser- del gobierno de Vicente Fox.

El primer Presidente democráticamente electo se propuso buscar un sitio en el Consejo de Seguridad (CS) de la ONU para subrayar la naturaleza positiva del cambio interno que él encabezaba, pero eligió un escenario muy peligroso, y hoy tiene que tomar una decisión que, sea cual sea, le va a costar caro.

Fox tiene uno de los seis votos aún no decididos en el CS y uno de los que le hacen falta a la Casa Blanca para legitimar una decisión que hace tiempo tomó: atacar a Iraq a fin de imponer un cambio de régimen en ese país rico en petróleo.

Es público el hecho de que Washington está presionando al gobierno de Fox para que se una, en su voto en el CS, a Inglaterra, España y al resto de países que secundan la idea de usar ya la fuerza contra Iraq. Si el Gobierno mexicano no da el voto que Washington está demandando, y de buen modo -sin que se note la presión-, Fox y el país que encabeza quedarán colocados en la lista de lo irrelevante en la agenda estadounidense, al menos ésa es la amenaza.

Sin embargo, si en las actuales circunstancias, el Presidente mexicano acepta la demanda de la Casa Blanca a pesar de que el grueso de la opinión pública mexicana se opone, habrá dado un paso más en la dirección que colocaría a México menos como aliado del Gobierno estadounidense y más como uno de sus satélites. Y, de ser ése el caso, el foxismo difícilmente podría mantener la estatura moral que ganó en julio del 2000, pues el peso de la historia mexicana -justamente ese pasado que el Presidente y su nuevo Canciller no han dado muestra de conocer y, por lo tanto, apreciar-, lo hundiría.

Una vocación que, hasta ahora, no hemos tenido

México, como sociedad y como Estado nacional, ha tenido y tiene muchas debilidades, fallas...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR