Llega la hora de su 'mudanza'

AutorIdalia Barrera

Solía decir que la muerte es una mudanza y que del otro lado le esperaría gente maravillosa como la Madre Teresa de Calcuta, Gandhi, sus abuelos, su madre...

Facundo Cabral amaba la vida y la disfrutaba al máximo; era solitario, sus inseparables amigos fueron los libros, se la pasaba leyendo casi todo el día, siempre fanático de los grandes autores.

Nació en La Plata, Argentina. Formó parte de una familia numerosa y desde muy pequeño tuvo sueños e ilusiones; su intención nunca fue cantar, eso llegó sin proponérselo, él quería expresar sus ideales.

El cantautor fue un guerrero de la paz, se distinguió por sus canciones de protesta y sus poemas de reflexión.

Su historia con México inició hace casi 40 años, cuando llegó sin dinero y con una guitarra. Su compañero en el avión lo trasladó del aeropuerto a donde él quiso, porque Cabral no tenía una reservación de hotel; finalmente, lo dejó en las instalaciones de Televisa, a las cuales intentó entrar para conocerlas, pero los guardias le impidieron el paso.

La suerte estaba de su lado porque en esos momentos llegó Jacobo Zabludovsky, quien inmediatamente hizo química con él y lo dejó pasar a su noticiero.

"Ese día tenían de invitado a Pedro Vargas, pero no llegó porque se enfermó, así que Jacobo me pidió que entrara en su lugar. El programa tuvo tanto éxito, que ya no hubo noticias", platicaba Cabral orgulloso en sus shows.

Un día antes de su nacimiento, su padre abandonó a la familia y como vivían en la casa del abuelo paterno, éste los corrió, por eso Cabral decía que había nacido en una calle de La Plata.

Para este hombre que usaba anteojos, de cabello canoso, que siempre vestía camisa y pantalón de mezclilla, la vida no fue fácil. A los 40 años perdió a su esposa y a su hija en un accidente aéreo; posteriormente le diagnosticaron cáncer en las vías urinarias, pero su optimismo en sus canciones nunca cambió.

Después de la pérdida de su familia, Cabral se refugió en su soledad, se dedicó a trabajar recorriendo el mundo.

Las cosas materiales no le importaban, ni siquiera vivía en una casa. Durante 27 años, su hogar fue una modesta habitación en el Hotel Suipacha, ubicado en la calle Suipacha 1235, en Buenos Aires.

Era un cuarto acogedor lleno de libros, cuadros, algunos pintados por él porque también amaba la pintura; discos y un pequeño escritorio en el que se pasó muchas madrugadas escribiendo.

En ese hotel llegó a formar una gran "familia" con los empleados, con los que convivió durante años...

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