Los libros del 'boom'

AutorDaniel de la Fuente

Todo empezó en 1962 cuando Mario Vargas Llosa ganó el Premio Biblioteca Breve por La Ciudad y Los Perros.

A partir de ahí la industria editorial española hizo una sinergia sin precedentes con América que permitió no sólo seguirle la pista a aquel conjunto de innovadores sino revalorar a los autores anteriores y abrirse a los que vendrían con los años.

Influenciados por monstruos literarios como Miguel de Cervantes, William Faulkner, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, aquellos escritores dieron al mundo, sin pudor alguno, una galería de personajes inigualables: Ixca Cienfuegos, Aureliano

Buendía, La Maga, Jaguar y El Poeta, Zavalita.

Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, por citar a los más célebres, no venían solos: les acompañaban el propio Borges, José Donoso, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti y el hoy vituperado Alfredo Bryce Echenique; también plumas como Guillermo Cabrera Infante, Jorge Edwards, José Lezama Lima, Augusto Monterroso, Manuel Puig, Julio Ramón Ribeyro, Augusto Roa Bastos y Ernesto Sabato.

Muchos ya eran grandes antes del boom (Fuentes mismo ya había publicado en 1958 La Región Más Transparente), pero con el reflector sobre América Latina era inevitable ponerlos en un mismo caldero y descubrirlos o releerlos.

Con el paso de los años se confirmaría la importancia de estos autores con la entrega del Nobel de Literatura a García Márquez en 1982 y a Vargas Llosa en el 2011.

Dos títulos son fundamentales para conocer pormenores de aquella época gloriosa, quizá sólo comparable al Siglo de Oro: Historia Personal del Boom, de Donoso, y Los Nuestros, de Luis Harss.

Éstos fueron los ocho libros que se publicaron en aquel ya mítico 1962 y cuyos fragmentos se reúnen a manera de celebración e invitación.

EL SIGLO DE LAS LUCES

Alejo Carpentier

·Primera Edición: (En México): Editorial Compañía General de Ediciones de México, en la colección Ideas, Letras y Vida.

Aquí, la Puerta estaba sola, frente a la noche, más arriba del mascarón tutelar, relumbrada por su filo diagonal, con el bastidor de madera que se hacía el marco de un panorama de astros. Las olas acudían, se abrían, para rozar nuestra eslora; se cerraban, tras de nosotros, con tan continuado y acompasado rumor que su permanencia se hacía semejante al silencio que el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces parecidas a las suyas. Silencio viviente, palpitante y medido, que no era, por lo pronto, el de lo cercenado y yerto... Cuando cayó el filo diagonal con brusquedad de silbido y el dintel se pintó cabalmente, como verdadero remate de puerta en lo alto de sus jambas, el investido de poderes, cuya mano había accionado el mecanismo, murmuró entre dientes: "Hay que cuidarla del salitre". Y cerró la puerta con una...

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