Rebanadas/ Más que una leyenda...

AutorCony De Lantal

Y cuenta la leyenda: en una ciudad criolla de abolengo colonial, un joven enamorado mandó construir una hermosa casa para complacer a su prometida. Deseaba que esta casa pudiera simbolizar el gran amor que sentía.

Revestida de ladrillo y talavera de gracia incomparable, la casa se levantaba con exquisito equilibrio entre arcos, rejas, ventanas, pilares y balcones.

Al final fue coronada por un ornato sobriamente concentrado en la cornisa, hecho de una mezcla semejante a la del dulce de almendra, clara de huevo y azúcar... ¡Queeeeé romántico!

Ya estaba yo inquietísima por adentrarme en esa casa, saboreando una noche de subidas emociones, de enardecientes pasiones, matices intensos y caricias al paladar.

Tan motivadora epopeya es la inspiración del nuevo restaurante La Casa del Alfeñique que, a semejanza del cuentecillo, se yergue entre arcos, rejas, ventanas, pilares y balcones, en una vieja casona de la calle Padre Mier, casi esquina con Degollado.

Se nota que el nombre le viene por la rama del azúcar y que lo adoptan de ese dulce delgado y retorcido que se cuece en aceite de almendras. De ahí proviene también la razón de llamar a alguien alfeñique, aunque aquí no era el caso, porque en el lugar no detectamos flacucho alguno, empezando por nosotros. Ahorita no estoy precisamente en mi época de esbeltez y mi marido siempre ha lucido su figura de tinaco desparramado. Gabriel, el mesero alegre y dicharachero que nos atendió, tampoco estaba muy exquisito que digamos.

Yo iba dispuesta a devorarme la noche y hasta la cornisa de dulce que presumen tener, lástima que el que me resultara leyenda fuera mi marido. Ya nomás de glorias pasadas vive el ingrato. Pude comprobar que la casona es como la del cuento, pero también que mi marido es puro cuento. ¡Tan inspirador escenario y yo con el bulto enfrente!

Lástima, ésta se perfilaba como una de esas noches perfectas: un plenilunio esplendoroso, matizado por un frío vientecillo que invitaba al arrumaco, música suave y luz tenue bañando el menaje ideal del lugar, una copa de vino... ¡wow!, las pasiones empiezan a arder. Pero en eso aparece en escena mi bombero encantador, quien siempre anda de manguera caída y que con su agüite sofoca al instante cualquier llamita que se pueda encender por ahí. ¡Cómo son los hombres! Hacen hasta lo imposible por arruinar el momento romántico.

Ni hablar, no queda más remedio que entregarse a otros placeres, como el que ofrece la gastronomía al paladar. Y luego por qué trae...

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