Estar del otro lado

AutorDora Isabel Franco

Unas horas bastan para darse cuenta de que no es nada fácil estar en los zapatos de un cocinero.

Parece sencillo ver su platillo en la mesa a los pocos minutos de haberlo ordenado, pero para que llegue hasta ahí, definitivamente, hace falta estar con él y su impecable filipina blanca, aunque sea una tarde.

Olores, tiempos, compañeros, parrillas, cuchillos, hornos, en fin, son muchas las cosas que rodean a diario a quienes laboran en las artes culinarias, pero por más buenos que sean nada funciona si no tienen un ingrediente básico y lo comparten todos: la organización.

Además, en este caso queda como anillo al dedo aquello de que la práctica hace al maestro.

Es definitivo aquello de que manejar un restaurante no es cualquier cosa, pero esta vez lo pude comprobar, pues decidí irme de ayudante a la cocina del restaurante Mediterranean por una tarde, ¡y qué tarde!

La aventura empezó un viernes a las 15:00 horas; Antonio Márquez, el chef ejecutivo y uno de los propietarios, me lanzó al ruedo; comenzaría con la cocina fría.

La cocina de este establecimiento no es muy grande, pero tiene lo necesario para funcionar a la perfección: un lugar para cocina fría, el espacio para la parrilla, las ollas y las sartenes, un rinconcito para los postres y, por supuesto, el bar.

Al inicio de mi muy ajetreada tarde rellené tazones con jocoque, saqué el relleno de algunas manzanas (para un especial postre que se prepara con créeme brulé) y realicé algo difícil de olvidar: bolitas de queso crema y queso de cabra.

Aunque suene a juego de niños, la verdad es que esto fue, quizá, lo más trabajoso de la tarde, y todo gracias a la temperatura natural de mi cuerpo, pues resulta que mis manos se calentaban al hacer la primera bolita y el queso me quedaba todo embarrado en la mano, cosa que, según los cocineros, les pasa a ellos después de hacer tres o cuatro bolitas, que es cuando tienen que lavarse las manos para enfriarlas un poco porque la fricción del cuerpo las calienta.

Pero como este remedio no funcionaría con una servidora, quien en cuanto tomaba el queso lo derretía en sus manos, hubo que traer un bowl lleno de hielos para que, sumergiéndolas ahí, las mantuviera un poco en lo frío e hiciera, una por una, las bolitas de queso.

Al final ya ni sentía las manos, pero eso sí, lograba hacer unos círculos redondos, como si los hubiera hecho el mismísimo hombre de las nieves. ¡Prueba superada!

Alrededor de las 16:00 horas, los cocineros tienen un "break" o descanso al...

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