Koudelka: La hora exacta en el reloj

AutorOfelia Pérez Sepúlveda

Si esto fuera una novela policiaca, yo tendría que decirle a usted que ese día nuestro personaje desayunó un café negro, apenas probó una tostada, corrió unos centímetros el cinturón por entre las presillas y repasó mentalmente cada una de las palabras que apenas horas antes, la noche previa, escuchara en uno de los barrios de la Checoslovaquia de los años 60.

"No te acerques demasiado a los manifestantes", le habría dicho el informante, "a cambio de eso no tardes en subir a uno de los edificios y captura y dispara".

Sólo así se explicaría la hora exacta en el reloj y, al fondo, la invasión a Checoslovaquia en una de las composiciones que mejor revelan el inacabable ejercicio de observar que es la fotografía.

Si esto fuera una novela romántica, yo le mentiría un poco y le diría que nuestro personaje estaba harto de regímenes totalitarios y dispuesto al sacrificio. Ese día, nuestro hombre habría decidido dar la vida por sus ideales y a costa de su propio futuro, acusando ojeras y un cansancio persistente, disparar una y miles de veces hasta que desde las alturas de un edificio decimonónico, sólo la muerte o la gloria. Sólo así se explicaría la hora exacta en el reloj y, al fondo, la invasión a Checoslovaquia en una de las composiciones que mejor revelan el humano y legendario ejercicio de la memoria que es la fotografía.

Pero no se trata de novelas ni de interpretaciones elaboradas, sino de una celebración por habitar en esta ciudad, en este siglo, y acudir al mundo, al alma del mundo que habita en la obra de un migrante, entusiasta de la luz y del ser humano.

La frontera fotográfica

Dos grandes continentes han fragmentado nuestra experiencia para con la fotografía. Por una parte, el conglomerado de la verdad, conocido como fotorreportaje o fotografía testimonial, y, por otro lado, el territorio de la fotografía como arte, un poco en las impresiones de plata sobre gelatina y otro tanto en los cuadros que en milésimas de segundo construyen las secuencias que ya luego, en la comodidad de intrincados laberintos cinematográficos, observamos atentos.

En medio de ambos continentes: la inmensa y humana frontera a veces mar, a veces tierra, llamada Josef Koudelka.

El adagio popular indica que una imagen dice más que mil palabras, y en tiempos como los que ahora compartimos, la frase, bajo el cobijo del reinado de los medios audiovisuales, encaja justa cuando llega a nuestra Ciudad una exposición como la del nacionalizado francés.

Sí, Koudelka dice...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR