Juan Villoro / La realidad de un sueño

AutorJuan Villoro

Hace ocho años estuve en Cancún invitado por la revista literaria Tropo a la Uña, animada por Miguel Ángel Meza, Carlos Hurtado (autor de la novela "Todo Incluido", que profetizó los excesos hoteleros de la región) y Lydia Cacho, periodista y activista por los derechos de la mujer que, años después, alcanzaría rango de heroína cívica. Aquella visita cambió mi visión de un enclave que no sólo depende de los turistas que viajan a evadirse en los matices azules del Caribe o los remedios del coctel margarita.

Los primeros pobladores de la ciudad llegaron ahí hace unos 35 años con ánimo de pioneros. El cumplimiento de sus anhelos no dependía de instituciones sino del libre albedrío: si querías ir a un cine, tenías que fundarlo. Los habitantes posteriores conservaron el mismo temple.

En mi primera reunión con ese colorido grupo de gente de Cancún, todos tenían uno o dos trabajos y cuatro o cinco pasiones que les quitaban aún más tiempo. José Antonio Álvarez Lima, con quien trabajé en Radio Educación, me habló de su proyecto de fundar una emisora que trabajara al modo de una repartidora de pizzas, permitiendo que los radioescuchas armaran su menú. Enrique Velasco, otro colega de Radio Educación, me contó de la escuela que había creado en el lugar, y un empresario de sus proyectos ecológicos en la reserva de Xcaret.

En las conversaciones participaban yucatecos, cubanos, chilangos desplazados a Cancún por el terremoto o los repetidos huracanes de la inseguridad, el tráfico y el descontento. El ánimo común era el de rediseñar el mundo: abrir una cafetería que también fuera club de ajedrez, centro de internet, redacción de una revista, videoteca, muelle náutico y casa refugio.

En esta reinvención múltiple de la realidad destacaban Lydia Cacho, que alternaba la literatura con la defensa de mujeres y niños víctimas de abuso, y un hombre alto, de cabello prematuramente blanco, que al entrar a un local de música cubana saludaba a 17 personas antes de llegar a su mesa. Se trataba de Fernando Espinosa, entusiasta que actúa como si la realidad fuera una sugerencia que él está en condiciones de modificar.

Hace ocho años, Espinosa tomó posesión de un aula en una secundaria nocturna. Fue su primer acto como rector de la Universidad del Caribe. Cuando lo conocí, no administraba otra cosa que una ilusión, pero hablaba de salones futuros como si ya los hubiera visitado. El hecho de que no dispusiera de presupuesto, terrenos ni planos de construcción parecía...

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