Juan Villoro / Halloween digital

AutorJuan Villoro

Debemos a los celtas el rito que convoca a las almas extraviadas y dio lugar a Halloween. Como otras fechas religiosas, ésta tiene su origen en el clima.

El 31 de octubre anuncia la cercanía del invierno. Los días comienzan a ser más cortos y las memorias más largas. En torno a las fogatas se evoca a los espíritus que ya no están ahí. El cristianismo encontró otra línea divisoria el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, para celebrar a quienes superan el purgatorio y alcanzan la vida eterna.

Nada de esto se manifiesta en las calabazas de plástico que venden los centros comerciales. Los clientes que contemplan murciélagos, telarañas y calderos de utilería, no piensan en los druidas ni en los fieles difuntos, sino en el precio.

En México, la Noche de Brujas se extiende al Día de Muertos: la Catrina convive con personajes de los Simpson, Scooby-Doo o el manga japonés; unos piden su "calaverita", otros su "Halloween".

Levantemos el festivo inventario de nuestra necrología: comemos calaveras de azúcar, Aguascalientes tiene un Museo de la Muerte, nuestra novela emblemática transcurre en el más allá de Comala y las más variadas zonas del arte aluden a la invencible Calaca, de la poesía de "Muerte Sin Fin" a los grabados de José Guadalupe Posada, pasando por "La vida no vale nada", de José Alfredo Jiménez, y "Mátenme porque me muero", de Caifanes.

Resulta simplista decir que el mexicano se burla de la muerte porque no le teme. Para empezar, hay muchos tipos de mexicanos y no todos tratan del mismo modo a la Pelona. Pero algo parece incontrovertible: el gusto por contar magníficos chistes en los velorios no viene del desprecio a la muerte, sino, por el contrario, de la urgente necesidad de sublimarla.

En el México contemporáneo numerosas familias ni siquiera saben dónde están sus desaparecidos. El País se ha transformado en una necrópolis sembrada de fosas comunes. "La muerte tiene permiso", diría Edmundo Valadés.

Aun así, del 31 de octubre al 2 de noviembre regresa la pasión por el pan de muerto, los altares con flores de cempasúchil y las películas de terror donde un visitante llega con una sierra eléctrica.

Los celtas llamaban darach (roble oscuro) a los druidas que extraviaban el rumbo. La verdad sea dicha, el Halloween contemporáneo le debe más a las ganas de tener escalofríos que a la necesidad de establecer contacto con almas errabundas.

Algún dramático editorialista...

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