Juan Villoro / El funeral como éxtasis

AutorJuan Villoro

El 24 de mayo se cumplirán 100 años de la muerte de Amado Nervo, personaje de paradojas: fue el escritor más famoso de su tiempo y poco después la crítica lo condenó a un exilio póstumo.

Las mujeres de América Latina siguieron recitando "La Amada Inmóvil" hasta convertirse en abuelas, pero los nuevos poetas lo relegaron al azucarado panteón de la cursilería. Su influencia literaria se advierte más en las canciones románticas de Agustín Lara que en la poesía contemporánea.

"Hasta ahora la posteridad no ha hecho nada por nosotros", dijo el incontrovertible Oscar Wilde. Nadie puede garantizar la reputación que tendrá después de muerto. Nervo parecía hecho para la consagración permanente.

Nacido en Tepic, en 1870, cumplió la promesa, esencial para los poetas románticos, de llevar una vida breve. Falleció en 1919 a los 48 años, en Montevideo, donde estaba a cargo de la legación diplomática mexicana.

Murió en el cuarto 42 del Parque Hotel de Montevideo. Su habitación daba a la playa y su última voluntad fue ver el sol. Su voz estaba tan asociada al sentimiento que cuando su corazón dejó de latir, eso tuvo que ver menos con la cardiología que con el melodrama. "Más que pensar, palpitabas", le dijo en forma póstuma Alfonso Reyes.

Nervo llegó a la Ciudad de México para ser sepultado en la actual Rotonda de las Personas Ilustres el 12 de noviembre, Día del Cartero, coincidencia que enfatizó su condición de mensajero espiritual.

Antes de recibir su último adiós en la Capital, protagonizó durante seis meses homenajes luctuosos en los puertos de América Latina donde se detuvo el barco que portaba su cadáver. Sus poemas se recitaban en los muelles y miles de pañuelos despedían la embarcación, oportunamente pintada de negro, que parecía dirigirse al mitológico río Estigio.

El poeta se hablaba de tú con la muerte y se atrevió a desafiarla y aun a embellecerla por escrito. "Estoy enamorado de una muerta", confiesa en "La Amada Inmóvil" y a través de su alter ego Tello Téllez corteja a la muerte en estos términos: "Yo que la amo como a una mujer misteriosa, llena de seducción, cuyos besos se han anhelado muchos años; yo que vivo esperándola con el temblor romántico del que por la noche, en el jardín, aguarda una cita...".

Esa cita se cumplió de diversos modos. Su entierro fue el más vistoso de sus actos y su consagración de juventud ocurrió al pronunciar la oración fúnebre de...

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