Juan Villoro / Fanáticos de cartón

AutorJuan Villoro

El ser humano tiene una extraña relación con la cantidad de personas que lo rodean. A veces sobran, a veces faltan. Si llegas a un museo y la cola es infinita, lamentas ser tan común como esas personas. Si entras a un teatro de 300 butacas y ves cinco espectadores, sospechas que la obra será mala.

En esos casos la gente influye en nuestro ánimo, pero no lo define por completo. Es molesto ver cuadros entre cabezas ajenas, pero por lo menos nadie grita "¡Modigliani!" cuando quisiéramos que gritara "¡Picasso!". Lo mismo ocurre en un teatro semivacío: los chistes no reciben las risas que merecerían, pero eso no impide reír.

En el futbol la presencia de la gente es un asunto más grave. Sólo hay dos motivos para explicar que se juegue con tribunas desiertas: la penalización o la desgracia. Ni siquiera la más recóndita de las sectas ha concebido la posibilidad de un futbol secreto, de hazañas sin testigos. Basta escuchar a las volcánicas barras argentinas para saber por qué se designaron a sí mismas como "jugador número 12". Su aliento hace que se anoten o fallen goles.

La palabra "hincha" surgió en Uruguay, donde un encargado de inflar pelotas extendió su vocación neumática a los alaridos. Recibía el apodo de "hincha" porque insuflaba aire en los balones. El apodo se entendió para caracterizar a los entusiastas que inflan la pasión. Y es que en el futbol, unos chutan para que otros griten. "Un estadio debe hervir; a favor o en contra, pero debe hervir", dijo el incontrovertible Johan Cruyff.

El contenido del futbol es el partido, pero su envoltura esencial es el público (si esto no se entiende, hay que pensar en un taco: nosotros aportamos la tortilla). Por desgracia, quienes llegan a las gradas a profesar a gritos amor eterno, a veces sucumben a la homofobia, al racismo, al machismo, a la xenofobia, a las luces de bengala arrojadas al portero rival, a los navajazos contra la porra enemiga. "Estadios, burdeles de la gloria", exclamó Álvaro Mutis.

Cuando una cancha es castigada por exhibir una conducta criminal, el equipo de casa debe jugar a puerta cerrada, con tribunas que se incriminan a sí mismas: la afición no merece estar ahí.

La otra razón para la ausencia de público es el desastre. Cambiar de equipo es tan absurdo como cambiar de infancia, pero hay momentos en que, sin dejar de querer a los tuyos, nomás no puedes verlos. El estupendo documental...

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