Juan Villoro / La ciudad del libro

AutorJuan Villoro

Cuando la computadora llegó a los hogares, Umberto Eco comparó el sistema Apple con la Iglesia católica y el sistema IBM con la protestante: un retablo de íconos contra la austeridad de la palabra. Hoy en día los procesadores han unificado sus métodos. La rica iconografía de Apple forma parte de todos los sistemas operativos, pero la computación representa un triunfo de la letra. Internet se alimenta de palabras (aunque no siempre de ortografía).

La profecía de McLuhan acerca de un futuro dominado por la imagen no llegó a cumplirse. Si resucitara en un cibercafé, pensaría en una Edad Media dominada por frailes que descifran manuscritos en la pantalla.

La tecnología se alió al alfabeto. ¿Significa esto un fortalecimiento del libro? En un sentido casi mitológico seguimos inmersos en el mundo creado por los libros. Las principales religiones no se han apartado de esta creencia y los valores que compartimos provienen de obras que no necesariamente hemos leído. Además, la lectura ha probado ser la técnica más útil para transmitir abstracciones (la frase "una imagen dice más que mil palabras" sólo puede ser dicha con palabras) y el único medio donde lo visual llega por vía indirecta (cuando un texto nos cautiva no vemos las letras ni el papel sino escenas en nuestra mente). Cada lector individualiza a la Ana Karenina que le corresponde. En ocasiones, un libro nos gusta más o menos con el tiempo, sin necesidad de releerlo; gravita dentro de nosotros porque es una construcción de nuestra memoria.

Los libros han resistido en forma histórica, pero ya no ocupan el peso central que tenían en la cultura ni distribuyen las reputaciones de la especie. Vivimos rodeados de sus símbolos, pero nombres como Excálibur, Troya o Ramsés no siempre aluden a páginas escritas sino a un videojuego, un preservativo o una discoteca. Que haya un Día del Libro revela que el objeto de celebración no las tiene todas consigo. A nadie se le ocurriría celebrar un Día del Automóvil.

De 1981 a 1984 viví en Berlín oriental. En aquel mundo de enclaustramiento y elevada educación los libros eran el único sitio para viajar. Si reeditaban el Quijote o publicaban a Calvino, la cola daba vuelta a la manzana. Cuando se encuentra amenazada, la palabra refrenda su fuerza liberadora. La censura provoca que toda forma creativa de escritura entregue un mensaje subversivo. Esto ha llevado a ciertos desesperados entusiastas a afirmar que no hay mejor forma de promover la lectura que...

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