Juan Villoro / Cincuenta tinacos

AutorJuan Villoro

Jorge Ibargüengoitia nació bajo el signo de Acuario. Según él, por eso tenía problemas con las goteras. Para colmo, el mejor remedio que aportaban los expertos era una cubeta. En días de lluvia, comprobaba que en México las soluciones son más precarias que las calamidades.

Vicente Leñero tuvo el problema opuesto. Según relata en "La Gota de Agua", en 1975, después de vivir durante décadas en San Pedro de los Pinos, enfrentó una situación apocalíptica: "Abría la tapa del tanque sólo para verificar un vacío tan angustioso como la nada metafísica".

Formado como ingeniero, sabía que las tuberías de su casa estaban en orden y que la presión del agua era adecuada. Consultó a un joven arquitecto y recibió una lección sobre los desastres que amenazaban al D. F. El agua era traída desde 300 kilómetros y pronto todo sería peor. El único remedio consistía en construir una cisterna con las dimensiones de una alberca olímpica.

Después de muchas gestiones, Leñero logró que los plomeros de la Delegación visitaran su casa. El medidor estaba tapado y a eso se debía el bloqueo de agua. Pero sus predicamentos no acabaron ahí, según demuestra el hecho de que haya podido escribir un libro entero sobre batallas hidráulicas.

Tal vez en el futuro el agua costará más que la champaña. Aún no llegamos a ese punto, pero en el oriente de la ciudad el agua escasea o aparece en forma de pestilentes inundaciones. Falta o sobra.

Hace unas semanas un empleado de aguas se presentó a mi casa a decir: "La boleta le va a llegar muy alta". Para el ciudadano común, las alteraciones en los servicios públicos pertenecen a la cosmogonía. De pronto, una dependencia descubre que tienes un adeudo desde marzo de 2012. Descifrar de qué se trata suele ser más molesto que cubrir ese importe.

La advertencia de que consumíamos mucha agua sin habernos dado cuenta llegó como una maldición de Tezcatlipoca. Llamé al plomero y no encontró la menor fuga.

El problema se agravó cuando pasamos de revisar las tuberías a revisar nuestros hábitos y descubrimos numerosos motivos para sospechar de nosotros mismos. En su adolescencia, mi hijo se bañaba durante un tiempo suficiente para convertirse en cantante de ópera. Sabemos lo mucho que el baño ha contribuido a la lírica. ¿Mi hijo había vuelto a bañarse de ese modo? ¿Quién de nosotros dejaba una llave abierta?

La desconfianza se extendió a los conocidos. Mi amigo Felipe se quedó unos días...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR