Josefina Leroux / Duelo imposible

AutorJosefina Leroux

No tenemos dictadura ni está diagnosticado terrorismo en nuestro País, no obstante sufrimos sus estragos como las naciones que los han vivido.

Son otros los personajes en México, pero las mismas secuelas: muertos, desapariciones, secuestros, extorsiones, miedo, angustia, pánico, desplazados... En nuestro territorio, los dictadores son los criminales de oficio, diversificados debido a la corrupción y la impunidad.

El terrorismo está presente como en la España de ETA; la misma angustia, omnipresente, anticipada a algún hecho que acabe con nuestras vidas, las de nuestros seres queridos, con el patrimonio de años.

Para cientos de miles, la amenaza está acechando, esperando cualquier descuido y resquicio de oportunidad.

Lo que sigue es una tragedia, otra y otra más, en una familia y en la que sigue que se cruza en el camino de los resentidos, los que odian su suerte y se desquitan con el que nada debe y sólo pasaba o coincidió cerca de ellos.

Y luego, la eternidad. Como muertos vivientes se multiplican quienes no acaban de vivir su duelo por perseguir la justicia; un bien tan escaso en México, que a algunos no les deja más que convertirlo en su misión de vida, abandonándolo todo, como las madres de hijos desaparecidos de municipios pequeños que se mudan a la capital del estado para dar seguimiento a una procuración de justicia negligente que no avanza ni resuelve cuando no hay dinero o recomendación de por medio.

Y persiguiendo a una persona desaparecida -que no muerta, porque mientras no se encuentre un cadáver persiste la esperanza de vida-, los familiares sobreviven a un dolor que les carcome por dentro un día y el que sigue por lealtad a sus amados, para no desamparar su causa ni su destino incierto, desolado, desesperado.

Y el Estado, como el de las dictaduras, permanece insensible a esos miles que habitan como zombies, aguantando la pena, conteniéndola para irse a hacer fila y a sentarse horas a fin de ser vistos y atendidos por burócratas, para que les informen: "No, hoy tampoco hay noticias...".

Y así pasan los días, las semanas, los años y la gente no aparece y sus familiares se acostumbran a hablar de sus desaparecidos como fantasmas que viven dentro de ellos, pero que ya no tienen un lugar físico ni historia.

No creo que haya dolor que supere al de aquellas personas que sufren la desaparición de un hijo o una hija, de un ser íntimo.

La muerte es parte de la vida, dicen los tanatólogos; la vida misma es una...

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