Jesús Silva-Herzog Márquez / El obsequio

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Hace 13 años se rompió el eje del régimen. En 1997 el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y, desde entonces, el impulso del País se ha detenido. Es verdad que no se ha detenido la marcha del Gobierno; no ha quedado paralizada la Administración por falta de presupuesto o por ausencia de decisiones fiscales. También es cierto que la Constitución no se ha congelado. La ausencia de mayorías no ha detenido nuestra obsesión por reescribir a diario el texto constitucional. Pero ninguna de las prioridades del Gobierno ha podido brincar los obstáculos del pluralismo. Los éxitos de nuestra democracia han sido triunfos del veto, más de la acción. De ahí la desesperación de muchos por la falta de resultados. De ahí la prisa por escapar del atolladero.

Desde aquel año, el País carece de una coalición gobernante. Los presidentes ocupan la casa presidencial pero no son cabeza de una alianza mayoritaria que pueda llevar a puerto sus iniciativas. Enfrentando una legislatura adversa, compuesta de partidos políticos disciplinados, al Presidente corresponde acumular derrotas. La solución que muchos empiezan a barajar es el fortalecimiento de la posición presidencial en el Congreso a través de la conformación de una mayoría favorable. En ello coinciden el Presidente Calderón y el Gobernador Peña Nieto; algunos académicos y muchos opinadores.

El Presidente quiere que el Congreso se integre en la segunda vuelta de la elección presidencial. Que la legislatura se forme una vez que se conozca el ganador de la Presidencia o cuando se hayan reducido a dos los contendientes por la silla presidencial. El Gobernador busca rearmar la fórmula de composición del Congreso, entregándole un premio al partido más grande. Quien obtuviera el tercio mayor de los votos recibiría la mayoría de los asientos en la Cámara de Diputados.

En ambos casos, se trata de entregarle un premio al Presidente entrante. Darle, además de las llaves de Los Pinos, un regalo jugoso: su mayoría. Que el Presidente tenga instrumentos para gobernar, dicen. Seguiremos detenidos si no contamos con una Presidencia democráticamente fuerte. No seremos capaces de impulsar las reformas que nos urgen, a menos de que le ofrezcamos al Gobierno una eficaz palanca legislativa. La ruta represidencializadora que imaginan no es absurda. Un Presidente respaldado en el Congreso tendría el camino despejado para gobernar y, sobre todo, para reformar. Un Gobierno unificado (aquel donde Ejecutivo y Legislativo...

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