Jesús Silva-Herzog Márquez / El romanticismo reaccionario

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La emergencia sanitaria ha acelerado la radicalización. Nada queda del pragmático Alcalde de la Capital. Nada queda del candidato que hizo campaña como un reformista moderado. El Presidente no tiene ya interés en mantener diálogo con grupos independientes.

Sin haber llegado al segundo año de Gobierno, han quedado en ruinas los puentes del diálogo. La pandemia ha persuadido al Presidente de que no los necesita y que hablar con ellos es una pérdida de tiempo. Le basta la fantasía que ha construido para evitar el fastidioso trato con la realidad y el aliento de los aduladores que lo envuelven.

Su desprecio del reformismo es antiguo. La historia a la que alude constantemente se escribe con fuego: grandes conflagraciones, batallas memorables de las que brota, luminoso, el futuro.

Por eso ha creído el Presidente desde siempre que en todo negociador se esconde un traidor y que todo moderado es un cobarde, un tibio que colabora para mantener en movimiento la rueca de la opresión.

Durante algún tiempo, el político equilibraba ese radicalismo con gestos de inteligencia práctica. Ya no. El aliento revolucionario es cada vez más nítido y más enfático. Los más cercanos en su corte de halagadores lo celebran.

Creo que hay que tomar en serio este vuelco al radicalismo, aunque su inspiración sea profundamente reaccionaria. Y no lo digo simplemente porque su política sea, en términos mecánicos, una reacción al tiempo neoliberal, sino porque expresa un impulso antimoderno. Lo que el Presidente imagina como el cuarto nacimiento de la patria encuentra fuente en el romanticismo reaccionario.

Quien quiera entender el perfil intelectual de este proyecto, debería leer los textos de Isaiah Berlin sobre el romanticismo político, antes que los cuadernos de la cárcel de Gramsci.

El discurso oficial tiene, sin duda, tinte igualitario. Pero el horizonte imaginario de esa política es arcaico. Mucha nostalgia y poca imaginación.

Pensemos, por ejemplo, en lo que Berlin llama la "apoteosis de la voluntad". El temperamento romántico es precisamente la afirmación de un deseo sin restricciones que enaltece al héroe.

La política romántica es la epopeya de los grandes hombres que han roto las ataduras de la tradición y de las reglas y que así inventan naciones cobijados por el amor de su pueblo. Todo lo pueden porque lo quieren de veras, porque no se desvían de la ruta que trazaron, porque son...

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