Jesús Silva-Herzog Márquez / Cuidar al árbitro

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Tenemos todavía la elección del 2006 atorada en la garganta. Si no fuera una imagen tan gastada, habría que decir que es una herida que no ha cerrado. Han pasado casi 15 años y aquellos recuerdos siguen dividiéndonos intensamente. La del 2006 es una elección que, de alguna manera, sigue sin resolverse.

Parece imposible encontrar una memoria común, una evaluación compartida. En el caldo se mezclan los hechos que bombardearon el consenso de la transición. Lo recuerdo como una conspiración de deslealtades. Un embate a dos frentes contra las reglas básicas de la democracia.

En la historia de esa conjura habría que registrar, entre otros hechos, el abusivo desafuero del Alcalde del Distrito Federal; la ventaja que el candidato puntero se empeñó en dilapidar durante su campaña; la intervención ilegal del Presidente y de las organizaciones empresariales más importantes del País.

El larguísimo silencio de la autoridad en la noche del voto; la confusión y la competencia de las mentiras; la sentencia del Tribunal electoral que identificaba la ilegalidad de la intervención del Consejo Coordinador Empresarial y los atentados del Presidente Fox que, a juicio de los magistrados, puso en riesgo la validez misma de la elección; la protesta, la ocupación de la calle, la pedestre argumentación de los perdedores que nunca aportaron pruebas para fundar la pretensión de su victoria; aquel grito que mandaba al diablo a "sus" instituciones y el teatro de la autoproclamación.

La traumática elección del 2006 es el origen de una condena injusta del órgano electoral y de una persuasión torcida: las instituciones tienen dueño. Les sirven a ellos, los protegen a ellos, los benefician a ellos.

De ahí que el programa alternativo implique explícitamente una ocupación institucional. No la búsqueda de nuevos equilibrios sino una conquista territorial. Si las instituciones fueron de nuestros enemigos, ahora serán nuestras.

Los defensores del abordaje nos dicen que el voto que recibieron en el 18 no solamente lo justifica sino lo ordena: la nueva mayoría ha de imponerse en todos los ámbitos del Estado. El árbitro electoral habría de convertirse entonces en representante de la nueva mayoría.

Así lo dice abiertamente una Secretaria de Estado: ninguno de los consejeros del instituto electoral nos representa. Solamente uno es nuestro y como es nuestro proyecta la voz de todos los mexicanos.

No hay intento por disimular la intención: vamos por un instituto electoral que esté...

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