Jesús Silva-Herzog Márquez / Política de reconocimiento

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

En un artículo publicado en octubre del año pasado, el gran historiador inglés Timothy Garton Ash volvía al absurdo de buscar explicaciones económicas a la crisis política contemporánea.

En un pizarrón del equipo de Clinton pudo escribirse hace ya mucho tiempo que era "La economía, estúpido", pero hoy sería estúpido quien dijera que todo se reduce a lo económico.

Alemania es el mejor ejemplo de ello, decía el brillante cronista de las revoluciones de terciopelo. Alemania es uno de los países más ricos del mundo, la gente reconoce, en su mayoría, que su situación económica es desahogada. Y, sin embargo, la extrema derecha crece y crece. Avanza, sobre todo, en el territorio que antes era Alemania del Este.

El 75 por ciento de los ciudadanos del territorio ex comunista siente que su condición económica es buena o muy buena y al mismo tiempo, el 66 por ciento se siente tratado como de segunda.

Cuenta Garton Ash que en 2015 la Canciller Angela Merkel visitó un pequeño pueblo en el Este donde se había recibido a cientos de refugiados en una vieja fábrica. La prensa registró lo que dijo entonces un manifestante indignado con la visita de la Canciller: "Ella no nos voltea a ver ni con el culo". Merkel misma viene del Este, pero, a juzgar por esta expresión, no deja de ser vista como parte de la élite que ignora al otro.

La escena se repitió instantáneamente por todo el mundo. Un muchacho de secundaria encuentra al Presidente francés. Lo saluda afectuosamente y le dice algo así como. "¿Qué onda, Manu?". El Presidente Macron no recibe bien la confiancita. Una inaceptable falta de respeto a la investidura presidencial. De inmediato, el pontífice de la república empezó a aleccionarlo: "Eso no lo puedes hacer. De ninguna manera. No. No. No".

El estudiante empezó a disculparse, pero el Presidente lo interrumpió. "Si estás aquí en una ceremonia oficial, debes comportarte. No te puedes hacer el tonto, porque hoy es día de la Marsellesa y de la Resistencia. Así que me llamas Señor Presidente o Señor. ¿Está bien?". Y continuó el rapapolvo: "Y el día que quieras empezar una revolución, primero te pones a estudiar, obtienes un título, ganas lo suficiente para comer. Entonces podrás darle lecciones a los demás".

El joven y brillante Presidente francés no toleraba la insolencia de un muchacho. Su petición implícita era directa: inclínate ante tu soberano.

Estas dos anécdotas, tal vez triviales, capturan...

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