Jesús Silva-Herzog Márquez / El soberbio

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Se hará su voluntad. La refinería se construirá y no habrá argumento, estudio, advertencia que cuente. Se hará en el lugar que el Presidente escogió personalmente.

Son incontables las voces que han advertido la insensatez del proyecto. Nada valen frente al capricho presidencial.

Las empresas que el propio Presidente describió como las mejores del mundo aseguran que el proyecto no puede concluirse satisfactoriamente en los plazos y con las condiciones definidas por el Gobierno.

Aún así, el Presidente sigue con su proyecto y, para que no haya duda, lo hará él mismo.

No hay argumento que valga frente a la obcecación. Los límites legales le son indiferentes. Ya nos ha dicho que la justicia es más importante que la ley y es él, sólo él, quien puede definir el sentido de la justicia.

El experto que discrepa de él deja de ser, en ese instante, experto. Será un sujeto sin autoridad moral, un desvergonzado que no merece atención alguna.

Lo mismo habría que decir de las instituciones de aquí o de fuera que se atrevan a cuestionar el deseo del líder supremo.

Lo único que dice respetar son los mandamientos. Ser honesto para poder ir a la iglesia el domingo, para entrar al templo. Más que los delitos, muchos de los cuales sugiere olvidar, le preocupan los pecados.

Quien se dice admirador de Juárez ha usado la tribuna presidencial para amenazar a los pecadores con no ser admitidos en el templo.

Quien viola los mandamientos, dijo el Presidente de una república laica, comete pecado y por ello no podrá entrar a la iglesia el domingo.

Pues bien, siguiendo la pista del devoto, habría que hablar de pecados y, en específico de uno de ellos, la soberbia para evaluar la política presidencial.

Es soberbia y no otra cosa lo que despliega el Presidente al desconocer cualquier límite a sus pulsiones. Es soberbia su menosprecio de aquello que merece atención.

El soberbio está convencido de su superioridad. Un humano que no se pertenece ya a sí mismo y que, por deberse al pueblo, se lo puede permitir todo.

No es extraño que Fernando Savater describa este pecado como el "valor antidemocrático por excelencia". Ese engreimiento anula, en efecto, la posibilidad del diálogo, cancela las precauciones y da permiso para romper cualquier regla.

Andrés Manuel López Obrador no admite palabra a la altura de la propia. Por eso carece de consejeros y se ha rodeado de aduladores que guardan silencio frente al torrente de sus caprichos.

Francisco de Quevedo escribió líneas memorables...

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