Jesús Silva-Herzog Márquez / 32 maximatos

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El terremoto de julio zarandeó todas las relaciones políticas que imaginábamos firmes.

Tan enfático fue el deseo de cambio de los electores que muy poco de lo anterior queda en pie. Emerge una nueva Presidencia, un nuevo sistema de partidos, una nueva dinámica legislativa. Novedades en las que, sin duda, aparecen sombras del pasado y atisbos de lo inédito. La política regional no podría mantenerse al margen de esa orden de cambio.

Se prepara una ocupación federal como no habíamos visto en décadas. Se ha resuelto la creación de jefaturas políticas en cada uno de los Estados que pondrá en jaque el poder de los Gobernadores. Más que embajadores serán procónsules: delegados del poder central que ejercerán tanto o más poder que quienes formalmente gobiernan.

Por decisión del Presidente electo se habrá formado en cada una de las entidades federativas una diarquía: dos poderes en un solo territorio. Uno tendrá el respaldo económico y político de un Presidente de fuerza inusitada. Será el embudo por el que pasarán todos los apoyos del Gobierno federal, dispensará todas las ayudas, será el único transmisor de las peticiones locales.

La atención pública del Estado se desplazará naturalmente del palacio del Ejecutivo local a la oficina del Jefe Político. El Gobernador quedará, de inmediato, eclipsado por la aparición de este superdelegado presidencial. Conservará, naturalmente, sus facultades y permanecerá en la misma oficina, pero muy pronto será ridiculizado por la prensa.

Los eventos del Gobernador no despertarán interés. Los actores políticos harán fila para ser recibidos por el Jefe Político. Muy pronto aparecerá la burla. Será Gobernador entre comillas. El personaje del poder verdadero mandará en frente.

Andrés Manuel López Obrador ha diseñado 32 maximatos. Lo ha hecho introduciendo una lógica particularmente perversa. Todos los procónsules que ha convocado son miembros de su partido. Todos son militantes destacados de Morena. Ésa es la credencial que ha contado para convertirse en Delegado del Gran Poder.

No ha importado la vocación económica del Estado para escoger al representante idóneo, no se ha buscado empatar la experiencia profesional con los desafíos peculiares de la entidad. Lo que importa es la militancia. La ambición electoral en cada uno de ellos es obvia, inocultable. Se dedicarán a cultivar lealtades y a formar partido. ¿Es aceptable ese criterio como lógica de reclutamiento administrativo? ¿No conocemos bien cuáles son los...

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