Jesús Silva-Herzog Márquez / El mar

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Era el mar. Era aventura, movimiento, gozo, impulso de vida. Llevaba puesto el mar. Lo veo ahora, más que encorbatado, en un traje de baño viejo, nadando de punta a punta de una playa; lo veo a bordo de una lancha de hule de motor caprichoso; lo veo descubriendo rocas para bucear, saboreando almejas y ostiones en la arena, cocinando su color en la parrilla de un petate.

Sentado en la playa podía ver el horizonte por horas, contar las chispas del sol reflejadas en mil escamas del agua, admirar el espectáculo de las olas que se forman y se disuelven.

De pronto, una ola majestuosa se formaba. Hacía el silencio para acompañar la evolución de esa ola enorme y celebraba su estallido como una hazaña maravillosa. Su plenitud era el mar y el sol.

Servidor público, ante todo. No sé cuándo habré descubierto lo que hacía mi padre.

Salía de casa muy temprano y regresaba muy noche. Lo que percibía era la pasión con la que hablaba del País y sus problemas, la satisfacción de lo que iba logrando, la frustración de lo que era bloqueado o pospuesto; sus pequeñas y grandes batallas, el impulso de resolver, de corregir, de innovar. También la rabia que le provocaban la trampa y el abuso.

Me daba cuenta que su causa tenía adversarios poderosos. Rondaban la intriga y la envidia; los intereses y las ambiciones. Decir la verdad era un deber pero tenía costos. La genuflexión podía ser rentable pero era repugnante.

Recuerdo bien la repulsión a todas las reverencias de la cortesanía, los alardes de la opulencia, la frivolidad.

Veía que la entrega era absoluta. Por no robarle minutos al trabajo yendo al doctor, terminó alguna vez en el quirófano.

Era claro que lo suyo era mucho más que un empleo. Seguía un llamado, el impulso del deber. Su entrega nacía de una profunda confianza en México, de la certidumbre de que podían transformarse las cosas, que podía hacerse el bien, que podría derrotarse a los pillos y a los aduladores.

Nunca se creyó único, nunca se sintió solo en esas batallas. Sabía que formaba parte de una generación entregada al servicio. Un eslabón en una cadena digna de la función pública.

Al reconstruir la historia de su vida pública, pintó el cuadro de una generación. Admiró a los maestros que lo guiaron en el servicio público, sintió un enorme orgullo por la...

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