Jesús Silva-Herzog Márquez / Hablar de la barbarie

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Un hombre cuelga de un puente en la Ciudad de México. No es una fotografía de tiempos revolucionarios, es una imagen capturada por la mañana.

La escena aparece en la prensa, conmociona brevemente y se olvida. Alguien la comenta en la televisión o en el radio. Desaparece pronto, reemplazada por la trivialidad o el escándalo del momento.

Con palabras gastadas tratamos de describir lo que observamos, pero, a decir verdad, no nos esforzamos mucho por comprender. Cuando el horror se vuelve costumbre, nos envolvemos con una gruesa capa de insensibilidad.

Hay que seguir con nuestras rutinas y simplemente repetir que la escena es espantosa, preguntar cómo es que hemos llegado hasta aquí y cambiar de inmediato de tema. La indignación frente a la barbarie cotidiana empieza a parecer un simple reflejo, una costumbre inocua, una reacción que no altera nuestros pasos.

Dos hombres son linchados hasta la muerte en el municipio de Ajalpan, en Puebla. Hacían preguntas para recabar información y terminaron calcinados por una turba.

Alguien habrá comenzado el infundio de que eran secuestradores y ya nadie pudo hacer nada con ellos. Prendida la ira, nadie fue capaz de detener el odio y su violencia. No pararían hasta ver el cuerpo de los acusados bajo las llamas.

Puede verse a los linchadores conversando frente a la pira y alimentando con tranquilidad el fuego. Los cuerpos ya no presentan ninguna resistencia. Los hombres se saludan y, por supuesto, registran la hoguera en sus teléfonos celulares.

Alguien junta papeles para ofrecerlos al fuego. Seguramente los linchamientos se olvidarán muy pronto, aunque unos días después se repitan.

La indiferencia con la que los vecinos de Ajalpan contemplan los cuerpos incinerándose parece la nuestra. Frente a nosotros están los hombres torturados durante horas y entregados después a las llamas. Unos platican, otros le dan la espalda a la flama, otros hablan por teléfono, alguien saca una foto.

Hay quien cree que detenerse en estos eventos es distraer la atención de lo importante. Que la violencia, por muy macabra y cruel que sea, no deja de ser una anécdota dentro del gran curso de la historia mexicana. La nota roja es la nota roja y ahí debe permanecer.

Sostienen que fijarse en esas imágenes es alimentar el morbo y, en realidad, premiar a los violentos. Hablar de esos cuerpos que...

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