Irma Martínez / ¿Anarquistas?

AutorIrma Martínez

Nunca imaginé que haber portado el uniforme de edecán durante la Olimpiada del 68 traería, años después, tantos cambios en mi razonamiento, casi como un parteaguas de un antes y un después.

En aquellos días escuchaba a mi padre repetir que el movimiento estudiantil era conducido por una bola de "comunistoides estúpidos" que no sabían lo que hacían. Así se calificaba a los manifestantes de marchas pacíficas: como terroristas dispuestos a acabar con México.

Gran parte de las personas mayores de entonces opinaba que si no hubiera sido por las decisiones tomadas por el Presidente Díaz Ordaz, México se habría transformado en otra Cuba, así como la de Fidel Castro.

Díaz Ordaz fue quien autorizó plantar a 10 elementos armados en uno de los edificios del conjunto habitacional Tlatelolco, que desde ahí dispararon despiadadamente a los miles de estudiantes reunidos en la plaza.

El fuego de los francotiradores fue respondido por el mismo Ejército que se encontraba en la Plaza de las Tres Culturas.

Obvio que mi opinión era distinta a la de mi padre, ya que durante ese importante evento deportivo no sólo vestí -orgullosamente- aquel jumper a rayas blanco y negro con los aros olímpicos y la leyenda "México 68", sino también me sirvió para escuchar a jóvenes que soñaban con un México democrático y justo, con la erradicación de la pobreza y del cáncer de la corrupción gubernamental.

En ese movimiento abundaban preparatorianos, universitarios y uno que otro maestro. Las marchas se hacían en silencio y sin violencia, los ciudadanos incluso aplaudían al pasar los manifestantes.

Pero luego de los sangrientos sucesos, se escuchaban historias de terror. De viva voz, un joven narró cómo vio morir a su hermano por un balazo en la frente en la Plaza. Él aseguraba haber visto cómo recogían a los muertos en camiones de volteo.

Aquello fue una emboscada asquerosa y cobarde de parte del Gobierno federal. Y aun así el silencio de las noticias era sórdido. Trataron a la infame masacre con la filosofía de que si no se menciona "no existió". ¡Pero cómo borrar de un plumazo aquellos ríos de sangre joven!

Mientras yacían apilados los cuerpos inertes de jóvenes asesinados, cientos de muchachos eran encarcelados y otros desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra.

Muchos padres lloraron en soledad, con el alma rota y el corazón...

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