Humberto Musacchio/ Viejos hábitos

AutorHumberto Musacchio

Después de vivir 70 años en un país petrificado, la avalancha de cambios sorprende y entusiasma, remueve y desconcierta. Asistimos, ya se ha dicho, al final de un Gobierno, de un régimen y de toda una época. En algunos casos se oye caer una pesada lápida sobre las cosas viejas, en otros se escuchan las primeras paletadas de tierra sobre el ataúd de los hábitos muertos. Políticamente estamos en una estación terminal, pero empieza un nuevo, fascinante e incierto viaje.

Lo ocurrido en el Informe Presidencial es la muestra cabal de ese principio y fin. Ernesto Zedillo entró al recinto del Congreso y lo recibieron las palmas, pero nada de que se cayeran las graderías de entusiasmo ni cosa parecida. A lo largo de la lectura, apenas cuatro, cinco desganados aplausos. El más fuerte de todos, con dedos haciendo la V, saltos del asiento y un despliegue de alegría pueblerina, fue el motivado por el nombre de Vicente Fox, que tuvo el efecto de una descarga eléctrica sobre la bancada albiazul. Menos, mucho menos intenso fue el aplauso suscitado por la referencia a las Fuerzas Armadas. Y no era para menos, sobre todo después de la detención de los generales Quiroz Hermosillo y Acosta Chaparro por presuntas ligas con el narcotráfico.

Acosta Chaparro estuvo ligado a la siniestra Dirección Federal de Seguridad y fue responsable de numerosas operaciones en las que la fuerza del Estado pasó por encima de los ciudadanos, de sus vidas y de las leyes. Todavía en años recientes se le ligó a la matanza de Aguas Blancas y, por una curiosa coincidencia, después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, los reporteros que llamaban al general Domiro García Reyes tenían que pasar por el filtro del propio Acosta Chaparro, cuya presencia en las cercanías del frustrado guardián del candidato asesinado era por lo menos extraña.

Si algo caracteriza los informes de Ernesto Zedillo es su omisión de los asuntos que están en el centro de la atención pública. Esta vez no fue la excepción. Las "reflexiones" que hizo ante el Congreso de la Unión dejaron de lado el vergonzoso escándalo del Renave, la ausencia de servicios de inteligencia dignos de ese nombre, la presencia en México de torturadores con facilidades migratorias y la muy pisable cola del régimen en torno a ese asunto.

México también tuvo su guerra sucia. Empezó en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y llegó a su clímax durante el echeverriato, cuando se lanzó a la mayoría de los efectivos del Ejército contra la población...

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