Un hombre a toda ley

AutorMaría Luisa Medellín

Don Alejandro, su padre, nunca se lo dijo, pero día a día, desde hace dos años y medio que Marcelo Garza y Garza fue nombrado director de la Agencia Estatal de Investigaciones, oraba por él.

Sabía que se enfrentaba a una tarea peligrosa, pero también que era lo suficientemente capaz para su trabajo.

"Además, Marcelo sabía aikido y taekwondo, por eso le pegaron por la espalda. Lo mataron en una forma muy cobarde, muy cobarde".

Sentado tras el escritorio de su oficina, don Alejandro Garza Delgado, de rostro adusto y cabellera plateada, que en otros tiempos combatió al narco y la guerrilla urbana en la Ciudad, se encuentra abatido, la voz entrecortada.

"Estaba en mi casa cuando me habló una hija mía: '¡Mataron a Marcelo!', me dijo. Desde entonces estoy destrozado".

El martes 5 de septiembre por la noche, a unos pasos del Centro Cultural Plaza Fátima, a donde iba a reunirse con su esposa, Alejandra Cantú, fue ejecutado Marcelo, de 37 años, el penúltimo de sus nueve hijos, en quien se reflejaba, el que heredó su vocación y carácter sencillo, juguetón y alegre, aunque malhablado y rezongón.

Aquel chiquillo que quiso ser retratado en la misma pose que su papá cuando niño, mantuvo con él y sus hermanos una amistad, más que un lazo de familia, pues cada semana se reunían a comer y a conversar.

Adoraba a su esposa, Alejandra, y a sus pequeñas hijas, Mariángela y Alejandra, a quienes llevaba al colegio y dedicaba su tiempo disponible, ya que su cargo era muy demandante.

En los 70, don Alejandro se desempeñaba como director de la Policía Judicial del Estado. Su hijo tendría cinco años, pero había decidido ya a qué dedicaría su vida.

"En cuanto le preguntaban ¿cómo te llamas?, respondía: 'Marcelo Garza y Garza, policía judicial'".

El también catedrático y magistrado lo cuenta y ahoga un sollozo.

Alejandro, hermano de Marcelo, señala que el joven se identificaba con su padre, pues desde pequeño practicó artes marciales, y años más tarde iba al campo de tiro.

Al igual que su papá, prefería no disponer de escolta, sólo de un chofer, a quien despedía al realizar sus actividades personales.

"Yo creo que pensaba: 'el que nada debe, nada teme'", reflexiona don Alejandro. "Desgraciadamente yo también fui así, pero eran otras épocas, aunque luego encontré unos planos de un grupo que tenía mis salidas, en qué salón daba clases, porque nunca dejé de ir a la Universidad, aunque de ahí surgieron los movimientos de la guerrilla".

La única protección de Marcelo era...

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